Antes de Eva.
Todo se reduce a aquel día en que me acosté con alguien. Como al descuido. (estas cosas siempre suceden al descuido: una distracción del alma, estaba pensando en otra cosa).
A veces sucede que una se acuesta con cualquiera.
(no es que derroche su deseo, tan solo no es avara) (el tiempo pasa, ya lo decía el poeta y todos los calendarios) (vuelven las golondrinas y nunca fue primavera).
Una se acuesta con cualquiera, ya lo decía: no recuerda su nombre, su perfume, sus gestos.
A quién le importa. Una caricia es una caricia.
Pero aquel día. Como al descuido. (esas cosas siempre suceden por descuido). La tierra comenzó a poblarse. Los pastos se extendieron más allá de mi espalda. Algo alumbró mis cabellos y una fila de hormigas me observó intrigada. Y de pronto se hizo de noche (yo nunca había visto las estrellas) y nacieron los grillos y los primeros ecos del insomnio. Coger con dios tiene esas complicaciones.
Prendí el primer cigarrillo y murmuré algo y ese algo fue (como al descuido) poesía.
Lección de métrica.
Éste es un soneto,
aunque no lo parezca
aunque le falten las riendas del ritmo
la rima exacta
la claridad del verso:
endecasílabos desbocados
hijastros de una sintaxis beoda y mal parida
enfermos de la lujuria de las palabras
(impúdicas amantes, traidoras en la cama y en los libros;
niñas bien que dieron el mal paso: que se entregan por las calles
al primer poeta descuidado que se les acerca),
contadores de cuentos,
breves dioses descarriados,
desempleados de toda fe y de todo sentido.
endecasílabos como niños:
que miran el mundo como se mira al pájaro caído:
como la gran y hermosa fatalidad
que seremos todos algún día.
Que hablan al mundo como a la hierba:
total nunca escucha; total, tampoco importa.
Entonces, como decía, esto es un soneto:
un hermoso e inútil
despilfarro del alma,
y, ya se sabe
sólo los excesos
nos vestirán de algo más que monos
antes de darnos de bruces en la muerte.
Pesadumbre.
Y no estás
como las cajitas de fósforos
en que ya no queda
ni el germen de una llama
y las guardamos en los bolsillos
para pedirle un poco de fuego prestado
a cualquier transeúnte
un poco de alma
una miseria de amor
porque miro y no te encuentro
y no hay nada que pueda encender
este crematorio de vos,
acá a mi costado.
Ignorancia.
No sé que hacer con este pequeño, aburrido y polvoriento amor.
Con este encontrarnos tan lejos [vos, encamisándote los horarios y las cuentas atrasadas, mirando a través de la ventana paisajes de otros lugares; yo, como distraída, tratando de encontrar algún juguete, la muñeca de estopa que desprecié de niña, las lagartijas que agonizaban en las paredes, algo en que entretenerme].
Qué hacer con las telas de araña por entre las que apenas te veo.
Mil bloques de cristal queriendo ser un orden y no pasando de pequeñas culpas y un puñado de intentos.
Tus ojos nublados por el sueño [o sólo porque no hay sol y tenemos el deseo hambriento y los labios tristes y los párpados transparentes y el café calienta la garganta pero no las entrañas y siempre llovizna tras los cristales]
La falta de razones [que nunca fueron necesarias, pero a veces se extraña el amor y el capricho como se extraña las pequeñas heridas y la esperanza –que de eso se trata todo esto-].
Qué hacer con este recreo sin potreros ni quioscos. Dos niños huérfanos que ni siquiera pueden mirarse a la cara. La soledad debe ser así. La muerte también debe ser así. Pero nosotros deberíamos.
Deberíamos. Cómo si fuesen un deber la felicidad y la inocencia.
Como si todas las horas no fueran el mismo desamparo.
Como si la vida no fuese también un sentarnos uno junto al otro y esperar.
Hasta que en algún lado por fin amanezca.
Ese momento.
Distraído. Como si el mundo fuese una gran y torpe calesita (que lo es) y girase para despistarnos (que lo hace). Y los hombres no fuesen más que paisaje. Y siempre ya hubiésemos partido. No importa donde (nunca importa donde, Whitman lo sabía, por eso todas las hojas fueron suyas).
Entonces lo vi. No sé por qué calle. (lo dije, estaba distraído). Desperté. Lo buscaba (en otro lado). Corrí hacia él. (no podría marcharse). Toqué su hombro (disculpe señor, es que su rostro me parece conocido). De algún lugar. Quién sabe qué tiempos. Quizás de la infancia. La fantasía O las fotos húmedas. La nostalgia. O el deseo.
No supe que decirle. Se tocó con los dedos el sombrero. Buenas tardes. Y me dejó parado en la misma baldosa de siempre.
Pero ahora no. Ahora sé: aunque no lo recuerde.
En ese hombre habitaba el poema.
Cronograma.
Quince minutos de poesía
cada mañana
un desayuno con tu rostro
flotando en el café
con leche y medialunas de días contemplando
el teléfono obstinado
y pernicioso
que no suena.
(el complot de la telefonía móvil y estática
para dejar mi corazón
fuera de servicio)
Y a mediodía,
el estómago contento
el corazón no tan contento
pero igual de optimista
una siesta reencontrándote
en la humedad de las sábanas
en las sombras que deja el sol
a cada paso
y en el reloj olvidadizo
que nunca marca tu hora
ni recuerda tu nombre
ni te sabe, como yo,
cuerdamente a destiempo.
Y en la noche,
en el recuadro desnudo de las sombras,
llenas de imágenes y ensueños
de otros
nunca los míos,
el insomnio como ratas
escabulléndome de mí
nunca de vos
royéndome los talones
y la conciencia
y esta batalla final contra el olvido
y la desesperanza
antes de la tregua de siempre
dos o tres horas
cobijada como gatos en el sueño
antes que el sol
ese triste asesino
de luz a tu ausencia
junto a los árboles del campo
y junto al resto de las tumbas.
Puedo ofrecerme
como las estampitas que ofrecen los niños
por cincuenta centavos
en el colectivo
de noche
entre el sueño y la miseria
Como las putas del barrio
calle Rivadavia
antes de llegar a la esquina
que garúan henchidas de esperas
(manchando el honor nunca habido
de éste y todos los héroes
que me endilgaron de niña)
puedo pintarme
de aureolas hirientes el cuerpo
de cuchillos hastiados sin sangre
de gotitas de tristeza
y salir de mis faldas
y abandonar la guarida
el vientre de mi madre
la catequesis indecente
en todos los olvidos; la prudencia
y entrar de improviso a vos
como a cualquier otro
forzarte al último grito
robarte el silencio y la plegaria
hasta que, extenuado, reconozcas tu nombre
como lo hago yo
como todos lo hacemos
cuando sólo restan minutos
antes que el día
nos acribille
la inocencia a respuestas.
Análisis silvestre.
La adultez es una enfermedad crónica
cuyo único desenlace es la muerte.
La medicina no ha encontrado remedios
ni paliativos
los placebos
(tristes remedos de la infancia)
ya no engañan a nadie
y es difícil evitar
los factores de riesgo
la plata que no alcanza
los príncipes que huyeron en la siesta
la escasez de número capicúas
y esta tristeza indeleble que nos resbala.
(los doctores eméritos dictaminan:
la inocencia no se recobra
los años no pasan en vano
una aspirina y un vaso de tinto por las noches).
Y es así que
la adultez no tiene cura
no la cubre la medicina prepaga
y no encuentra consuelo en el pastor de la esquina
ni en un numerito acertado en la quiniela.
Por suerte la gente se muere de otras cosas
de cáncer, del corazón, de los pulmones
para seguir confiando que esta picazón insistente
que tenemos anidándonos las entrañas
no es más que una molestia pasajera
el comienzo de un resfrío
consecuencias del cambio de clima
mientras los niños nos miran pensativos
con un poco de silencio
con un poco de pena
y los años esperan un descuido
para inyectarles de tiempo las venas.
Cómo hacerse de un corazón.
Cavar hondo (los pulmones son necesarios, pero ocupan demasiado espacio). No es preciso que quepa más que un puño. O un nido. O un poema.
Esterilizar el lugar (las infecciones del corazón son letales, aunque aun no tengamos uno). Ponerse la camisa. Nos queda apenas el tiempo justo. Recorrer las calles. Hasta llegar a una plaza. Buscar a la joven (es imposible confundirse). La que contemple los gorriones con nostalgia. La que sonría bajo el sol. Y el viento se escabulla como anguilas en su cuello.
Pedirle que nos done su corazón. No todo. Basta un poquito. Ya lo cuidaremos nosotros. Para eso existen las noches y cada una de las lunas. Para eso se crearon los versos.
Aguardar a que sonría y extraiga, de su escote, un gajito latente. Tomarlo aun tibio, de entre sus dedos. Anidarlo en nuestro pecho. Respirar profundo.
Esperar un momento.
Hasta que sangremos alegres (el corazón nunca cauteriza).
Y un nuevo amanecer ahogue las sombras.
Crónica de un lapsus linguae.
Kavafis no era ningún idiota.
El candidato abría la muestra de pinturas
organizada en el palacio legislativo:
“con sumo placer, con todo entusiasmo
al convocar a tan ex -simios artistas
en esta, que es la casa del pueblo,
como aquella en la que hace mil años,
en Atenas, nacía la democracia”.
Y la imposibilidad de olvidar que hace mil años,
en la tragedia inevitable de la historia
[de la que tanto hablaban los griegos]
Atenas agonizaba desvastada
por los romanos orientalizados, los bizantinos;
luego vendrían los turcos a disputarse los restos
[las réplicas de las esculturas, el teatro, sobrevivirían,
a nadie le interesan los excrementos del alma,
las pequeñas debilidades de los pueblos
y todo ese sentimentalismo de oferta].
Kavafis ya lo decía: quizás la solución sean los bárbaros,
que vengan (y el hambre no será nuestra culpa)
a ocupar nuestros estrados (y la justicia volverá a las charlas de las tabernas)
a gobernar a nuestra gente (y dejarnos amar nuestro suelo,
porque la muerte, el dolor, la desesperanza ya deberán resolverlos los otros).
(porque dejaremos de ser nuestro problema
y los que nos sobrevivan nos justificarán como mártires).
Nosotros también lo sabemos, pero cultivamos la modestia criolla:
no necesitamos de grandes invasiones, ni de guerras, ni de patriotismo,
a nosotros los bárbaros nos crecen por dentro,
van a nuestras escuelas, escupen nuestras calles, se cuelgan de la luz del vecino,
después obtienen algún título universitario
y organizan internas, peleas intestinas, golpes de estado;
se paran frente al micrófono y nos explican su futuro:
una democracia como la de Atenas hace mil años,
un hilillo de sangre recorriendo la tierra,
un rey supersticioso y chapucero,
una corte entogada en pieles y pocos escrúpulos
y un millar de bufones (que somos nosotros).
El candidato terminó sus palabras
agradeciendo con un gesto los aplausos
(y en un lugar cualquiera,
se resignaban a su destino de piedra las columnas).
¿cómo morirán las libélulas? (corolario)
En un aterrizaje forzoso en la pileta
ahogadas de cloro y de cansancio,
presintiendo la impuntualidad de sus antenas
y la vana soberbia reptilínea de su cola.
Como los hombres, morirán:
en una última mirada al cielo
en la soledad del orgullo y del espanto
Poeta.
A Rodrigo Galarza.
Todas las palabras
como lanzas en la noche
como hoguera iluminadas
como faros inminentes
se abalanzan
cruzando el río, galopando el viento, urgiendo a las horas
y no traen ni paz ni pan ni caricias.
Sólo llegan
como perros salvajes
como gigantes heridos
a beber de tu mano,
ebrias de sangre y espanto,
como dioses impasibles,
pordioseros furibundos,
poeta.
Servicios al consumidor:
voy a seguir los pasos de tu espalda
como se sigue al mesías
cuando se cae la fe
a pedazos
como cristales rotos
en la acera.
voy a seguirte, paso a paso,
a trancos tan decididos
como desesperados
sosteniendo como estandarte
la mirada canina
del que busca un dueño.
voy a espiarte con un puñal entre las manos
(por las dudas)
y a aguardar
a que te descuides
(que des un paso en falso
o te empolves la nariz)
para clavármelo alegremente
cuando lo tengas menos pensado
para clavártelo lentamente:
el amor es así,
un mero servicio al consumidor.
Como si fuera poco.
Como si fuera poco agolparse
en las orillas de esta ciudad
que no es la nuestra
que a veces nos desconoce
que junta nuestras migajas
hechas de lo que resta de cada día
y mirarla como a la madre
o como al niño desnudo
o como al primer amanecer
de primavera
y restregarnos los ojos
de sueño y desasosiego
y volver a confiar
en su polvo, sus baches, su palabrerío inútil
como confiamos en las huellas de nuestro cuerpo
que a veces valen más
-no mucho-
que las de nuestra memoria
y volver al hogar
del que nunca nos fuimos,
como por casualidad,
como por descuido;
como si fuera poco agolparse
y darle una tregua a la desesperanza.
Todos los destinos son el mismo destino.
Todo consiste en un ir, iniciarnos, morir.
Ir hacia donde la vida nos lleve,
iniciarnos en el espontáneo fraude del mundo,
morir tan sólo como venga.
Todo consiste en tus ojos y mis ojos
y un espasmo de latidos
y sinrazones
hasta que todo acabe con todo
y nos volvamos un manojo de inclemencia
o de amor
(que viene a ser lo mismo).
Como todo ritual
y todo sacrificio
la sangre es sólo
un paso de comedia.
Una vez.
En que me quedé sin cigarrillos y sin razones para escribir. Que es lo mismo.
Los dioses todos. Los hombres. Los muertos. Vinieron a mi boca. Se sabe, son como caníbales. Merodean en espíritu. En caso de que exista. Merodea el cansancio. Despedazan como perros lo que queda del recuerdo.
Escupieron sobre siglos de mentiras: acabemos con los centros de concentración de la sintaxis, con el ejército de gramáticos; con el arzobispado de prosódicos y malparidos.
Destruyamos la demagogia de la literatura.
Comámonos cada poeta en su vientre.
(bibliotecas de dantes borges y dumas no pueden quedar a salvo)
(los otros, los burrouhgs los whitman las yourcenar arden solos)
Vos no corrés riesgo, me dijeron:
nunca más me quedé sin cigarrillos
ni volví a intentar la poesía.
Nocturna.
Decirte que me asusta, este estar tan solo conmigo, sin otra compañía
que el ladrido de los perros y el insomnio; este vendaval lacrimógeno de recuerdos
de cuando era niño y cabían todos los soles en los ojales de la camisa
y las calles nacían de mis pasos y nombraba al mundo y el mundo se hacía
de barro y siestas y caminaban errantes los que hoy están muertos
(e igual de errantes, pero sin senderos); de cuando la luna era luna
y no era amor ni desesperanza ni una bala de cañón en la noche
en que se librarán, como todas las noches, tantas batallas:
la mía por vos, por ejemplo, contra ningún enemigo salvo
tu obstinada ausencia a mi costado y la melancolía;
pero todo amor es desesperado y sin gloria, todo amor sabe a
sangre inútil y seca, la mía por vos, por ejemplo, sin altares ni otros sacrificios
más agrande que aguardar a que el día me conceda el desconsuelo de una tregua,
la cicatriz del silencio, el paréntesis del descanso, y otras muchas nimiedades.
Mariana Rinesi.
2 comentarios:
Mariana sin conocerte, solo a través de la lectura, pareciera que te conozco tanto. Me identifico con cada uno de tus poemas, cada línea que escribís es como si yo lo estuviera diciendo y sintiendo. Realmente... te ganaste toda mi admiración (tengo que reconocer que el link lo obtuve gracias a un amigo tuyo, Tony Z. que me llevó a leerte en Ida y Vuelta)Éxitos en tu camino de escritora... muy prometedor tu futuro. ISAT
Completamente talentosa y sublime. Que la llama de la creación arda siempre en vos.
Un fuerte abrazo desde Miami.
Jeniffer Moore
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