miércoles, septiembre 07, 2005

pérdidas-sainar

PÉRDIDAS
De SAINAR
¿Te acordás, Gregorio, de cuando nuestras risas recorrían los aires y se colgaban y se balanceaban en las ramas de las plantas de algodón? Trabajábamos duro y parejo en todo tipo de plantaciones; teníamos una bicicleta cada uno y muchos caminos por recorrer. Yo tenía un radiograbadorcito Ultrasonix de cuatro pilas medianas y un cassette de Los Reales del Valle; una bolita de color azul casi transparente que un día encontré en la calle donde creía que estaba encerrado Dios y el universo cuando lo miraba contra la luz del sol ¡Qué loco, ¿no?! Andaba horas enteras casi ciego porque mis ojos no veían más que las huellas chispeantes de la incandescencia.
¿Te acordás de que me discutías que Dios no estaba allí dentro, sino que nosotros y la bolita estábamos dentro de Dios; pero que quizá Dios se repetía dentro de la bolita y dentro de esa bolita y Dios habían otros nosotros mirando otras bolitas que contenían el Universo? ¡Éramos tan felices incluso discutiendo sobre esas zonceras!

Dios te guarde en su reino, amigo mío.

¿Te acordás de que solíamos reunirnos con Víctor, Olimar, Paco y Fabián los domingos en mi casa para jugar? Mi casa tenía un patio grande, dos plantas de catalpas y una de guayaibí que nos hacían sombra muy fresca.
El juego con las canicas (nosotros siempre dijimos bolitas, así que voy a respetar eso al pie de la letra) consistía en hacer una raya y, a unos metros de distancia, un hoyo pequeño. Desde el punto del hoyo arrojábamos cada uno nuestra bolita y, el que se aproximaba más a la raya, sin bandearse, tenía el derecho de arrojar primero su “punto” buscando el hoyo para luego poder “matar” a los demás puntos. Las reglas eran muchas y distintas. Una de las tantas que empleábamos era que el que “picaba” a otro tenía el derecho de tirar primero y, el que fuera “picado”, último (Yo siempre creí que era mejor tirar último, así podía picar a algunos de los que ya habían tirado, luego solamente hacer hoyo y “punto” liquidado; pero el gozo del juego comenzaba con el tema de la aproximación a la raya y en eso de arrojar primero).
El tiro al hoyo no es tan fácil como se pueda creer pues casi siempre se le erra. Pero hay que tratar de hacerlo para poder seguir adelante con el juego y poder alcanzar la meta: “matar” los “puntos” de los rivales y llevarse el gozo de la victoria.

Pensar que ayer nomás jugábamos sin imaginar este presente.

Yo no era bueno en el juego de las bolitas. Siempre me bandeaba la raya o me quedaba lejos de ella, eso siempre y cuando no fuera “picado” por otros que tenían muy en claro el tema de cachar el punto. ¿Te acordás que Fabián tenía una bolita de acero que hacía estragos con las nuestras, que las partía por el medio cada dos por tres? Yo siempre terminaba perdiendo todas las bolitas que compraba para ese día de juego, excepto la bolita azul, casi transparente, que contenía el universo. Fabián se iba siempre con los bolsillos llenos; él, gracias a su puntería, casi nunca tuvo la necesidad de comprarse bolitas. Tenía de todos los colores y tipos: bolitas paraguayas; de mármol; de cristal de un solo color; de todos los colores, de acero...
Los domingos, las bolitas; más tarde, el fútbol, donde la estrella era Víctor que tenía una habilidad maradoniana para ese juego. Claro que era un poco fulero el muchacho, pero era muy bueno jugando. ¡Ah!, muy al pasar te cuento que Víctor sigue siendo el mismo tipo jodido de antes. Hace un par de meses lo encontré por las calles del centro y se mandó una de cowboy conmigo.

Pensar que ayer nomás teníamos planeado reunir a todos nuestros amigos de la infancia para comer un asado, tomar unos tragos de vino y recordar viejas épocas... la mocedad perdida.

Y con el tiempo yo fui mejorando mi juego y si no hacía raya, lo menos que hacía era ganarme el lugar para tirar primero. Al hoyo comencé a embocarlo casi siempre en el primer tiro.
Y me fui haciendo bueno y mis bolsillos comenzaron a llenarse de bolitas que ganaba en los partidos. Pero... pero justo cuando aprendía a medir con precisión mecánica mis movimientos y a dominar el tema del juego, la bolita azul se me perdió y me vi enfrentando la vida con la realidad de la tierra. Ya no más bolitas para mí; creo que para ustedes tampoco, pues de pronto nos vimos preocupados y ocupados del mundo y, por el cansancio acumulado en la semana en distintos quehaceres, no nos quedó otra cosa que la lectura de algunas revistas de historietas como El Tony, con alguno que otro capítulo de Mark, la esperanza humana que luchaba contra Beast, el mutante, que con sus hordas de asesinos quería acabar con la raza humana. Nippur Magnum, por supuesto con el errante Nippur de Lagash que llevaba la justicia para los villanos en la punta de su espada, y para los tontos, en la punta de los pies.

Y también pensábamos escuchar música de Los Reales del Valle todo ese día, pues yo aún conservo la colección completa de sus discografías. ¿Sabés una cosa? Te confieso que yo... yo jamás me deshice ni me desharé de ninguno de mis cassettes. Pienso que no me gustaría olvidar quién he sido, quién soy y quizá quién llegue a ser. No me desharé de ellos porque me acompañaron durante mi infancia y mi adolescencia, y porque ellos marcaron mi vida, son parte de mis raíces, son mi esencia, mi razón de ser. Todos ellos son pedacitos de mí que duermen en el pasado y sueñan en el presente. No me desharé de ellos porque si de algo valió el existir es saber que pude apreciar la música y, si alguna vez por esas cosas de la vida ya no pudiera escuchar nada más, no me importaría. He sido feliz. Tuve amores; tuve un par de amigos de fierro y escuché bajo el cielo infinito Mi Primer Amor; Carmencita...

¡Qué cosa la vida, ¿no?! Recuerdo con nitidez minuciosa aquel día en que nos dirigíamos al trabajo y faltando unos cien metros para llegar al portón de entrada jugamos a quién llegaba primero. Vos me habías sacado unos metros de ventaja y yo apreté el pedal y no dejé de hacerlo con todas mis fuerzas hasta alcanzarte. Vos hiciste una pausa pues habías comenzado a frenar ya que el portón estaba muy cercano. Yo seguí pedaleando duro para asegurarme la victoria y, cuando quise frenar, fue demasiado tarde: el rocío de la mañana había mojado las llantas de la bicicleta y los frenos no respondieron. El maldito portón no se quitó del camino y salí despedido hacia el otro lado. Por supuesto que traté de disimular el dolor del porrazo y rápidamente volví y levanté la bicicleta a la que le había quedado la rueda delantera junto a los pedales. Nunca me gustó perder a ningún tipo de juego; hoy me pregunto qué es ganar.
Eran otros tiempos aquellos. Y éramos tan felices a pesar de la pobreza de nuestra cuna. Éramos felices porque teníamos un amigo en quien confiar; un amigo con quien compartir las cosas grandes de los pequeños. Teníamos un cassette “Grandes Éxitos” de Los Reales del Valle que incluía el tema Te Traigo Estas Flores, al que pasábamos horas enteras escuchando ya que no teníamos ninguna otra cinta. Trabajábamos prácticamente para comprar pilas y poder escuchar nuestro cassette; y claro, también para comprarnos una que otra ropa de precio alcanzable a nuestro presupuesto. Y éramos pobres, sí, pero éramos felices con lo poco que teníamos.

Todavía no me puedo convencer de que ya no tengas que estar entre nosotros.

Y fuimos creciendo y llegaron los primeros amores. ¿Te acordás de Alicia, la “Cory”? ¡Qué loquitos nos tenía ¿eh?! Y la Angela... y la Lula... y la Neca... y la Choni... y la Ramona... y la Vicenta...
En el campo y en el pueblo todas eran la fulana, la mengana, la perengana. El modificador directo la era tan fuerte que algún bienhablado hubiese creído que hablábamos de personas ultrafamosas.
¡Qué adolescencia más linda fue la nuestra, ¿no, viejo?! Pero como te estaba diciendo, un día la bolita azul se me perdió y como en un conjuro nos volvimos a reunir y nos miramos y nos encontramos de repente con las cáscaras de nuestra inocencia. Dios se había perdido quién sabe adónde y ahora estábamos de cara a la realidad que nos exigía muchas responsabilidades y seriedad. Ya no más carreras en bicicleta, sino carrera montados en la incertidumbre, hacia la búsqueda de nuestra conformación. Ya no más bolitas , sino rodar nosotros mismos buscando acercarnos a la raya y ganar un puesto, una posición en el juego de la vida.
Y llegó el día en que nuestra amistad comenzó a transitar el vacío de la ausencia; ese vacío frío y triste del amigo que ya no está; ese vacío de encontrarnos solos ante la vida y el mundo sin la mano cálida y la risa alegre de con quien crecimos y compartimos nuestros sueños y nuestras fantasías. Llevó mucho tiempo superar el duelo (y no sé si realmente puedo hablar de superación), hasta acostumbrarme a ver mi cara en el espejo alucinante de la vacuidad. Yo me vine a buscar mi futuro en la ciudad y vos te quedaste a vivir en el pueblo con la que alguna vez fuera mi prometida. Está bien, viejo. Sin rencores. Por algo éramos amigos y lo seguiremos siendo: tuvimos siempre los mismos gustos. Además, ella me había confesado que si alguna vez llegara a terminar conmigo la relación, trataría de arreglarse con vos porque decía que vos eras un gran tipo.

Los amores van y vienen, sólo la amistad y los buenos amigos perduran. Esta frase me lo dijo Víctor, y creo que es lo único bueno que conservo de él.

¿Y qué querés que te diga, viejo? La felicidad es algo alcanzable cuando sabemos mirar con los ojos del alma. La felicidad, hermano mío, es un estado en el que sentís que no te falta nada. Que lo poco que podés tener te alcanza para compartir con las personas que amás y querés.
A vos te fue bien en la vida porque siempre fuiste un tipo trabajador. Y saliste adelante porque nunca le hiciste asco a la pala o a lo que fuere. Pero estamos en un país en donde ni bien empiezan que notar que progresás, que comenzaste a crecer, para también comenzar a correr serios peligros. En este país, hoy por hoy, no podés tener nada porque vienen como fieras a arrancártelos de cuajo. No hay seguridad, viejo. No. No hay justicia, no hay esto, no hay aquello... y así andamos. Yo hubiese reaccionado lo mismo que vos. Si entraran cuatro ladrones a asaltar mi negocio y pretendieran violar a mi hija y a mi mujer, yo, sin dudar, los mataría aunque se me fuera la vida en ese acto.

Te voy a extrañar mucho, amigo mío. Hoy es un día muy duro para mí. Me siento realmente acongojado y perdido.

Y así fue que un día nos vimos de repente de cara a la realidad y caminante, no hay camino, se hace camino al andar, cada uno por su lado salió a buscar el sendero de su felicidad
Ahora que llegamos al centro de la verdad, al pico más alto desde donde ya nada tiene importancia me gustaría confesarte algo: la bolita azul aquélla no se me había perdido; yo la había arrojado al río el mismo día en que mi viejo me dijo que yo era un pelotudo de mierda para andar mirando esa porquería y andar diciendo que Dios y el mundo estaba encerrado en ella. Me dijo un montón de barbaridades que me lastimaron mucho y lloré en la baranda del puente toda esa tarde en que me despedí de Dios y le pedí perdón por ahogarlo. Creo que ese día perdí mi inocencia. Creo que a partir de ahí comenzó mi peregrinación a ninguna parte; a partir de ahí comencé a sentirme subyugado y comencé mi búsqueda de la felicidad palpando todo lugar.

Donde que quieres que estés, Gregorio, hermano de mi alma, descansa en paz.

Recuerdo vívidamente la mañana en que nos despedimos y yo tomaba el colectivo rumbo a la ciudad. Nos bastó mirarnos para saber que estábamos invadidos de una profunda pena; que nuestros pechos estaban destrozados por el desapego, el desarraigo, la conciencia de la pérdida de nuestra infancia y adolescencia. No fueron necesarias las palabras, los ojos enrojecidos lo decían todo. Había un grito a punto de desbordarse y había un nudo que hacía de dique en nuestras gargantas.
Y la felicidad, ahora que lo pienso, no está en abandonar nuestras cosas, nuestros afectos y salir al mundo a cosechar dinero y darnos gustos y comodidades. Que al fin y al cabo la felicidad consiste en tener un amigo; una bolita que encierra a Dios y al universo; un radiograbadorcito Ultrasonix; una bicicleta vieja y un cassette de Los Reales del Valle.

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