Antes de Eva.
Todo se reduce a aquel día en que me acosté con alguien. Como al descuido. (estas cosas siempre suceden al descuido: una distracción del alma, estaba pensando en otra cosa).
A veces sucede que una se acuesta con cualquiera.
(no es que derroche su deseo, tan solo no es avara) (el tiempo pasa, ya lo decía el poeta y todos los calendarios) (vuelven las golondrinas y nunca fue primavera).
Una se acuesta con cualquiera, ya lo decía: no recuerda su nombre, su perfume, sus gestos.
A quién le importa. Una caricia es una caricia.
Pero aquel día. Como al descuido. (esas cosas siempre suceden por descuido). La tierra comenzó a poblarse. Los pastos se extendieron más allá de mi espalda. Algo alumbró mis cabellos y una fila de hormigas me observó intrigada. Y de pronto se hizo de noche (yo nunca había visto las estrellas) y nacieron los grillos y los primeros ecos del insomnio. Coger con dios tiene esas complicaciones.
Prendí el primer cigarrillo y murmuré algo y ese algo fue (como al descuido) poesía.
Lección de métrica.
Éste es un soneto,
aunque no lo parezca
aunque le falten las riendas del ritmo
la rima exacta
la claridad del verso:
endecasílabos desbocados
hijastros de una sintaxis beoda y mal parida
enfermos de la lujuria de las palabras
(impúdicas amantes, traidoras en la cama y en los libros;
niñas bien que dieron el mal paso: que se entregan por las calles
al primer poeta descuidado que se les acerca),
contadores de cuentos,
breves dioses descarriados,
desempleados de toda fe y de todo sentido.
endecasílabos como niños:
que miran el mundo como se mira al pájaro caído:
como la gran y hermosa fatalidad
que seremos todos algún día.
Que hablan al mundo como a la hierba:
total nunca escucha; total, tampoco importa.
Entonces, como decía, esto es un soneto:
un hermoso e inútil
despilfarro del alma,
y, ya se sabe
sólo los excesos
nos vestirán de algo más que monos
antes de darnos de bruces en la muerte.
Pesadumbre.
Y no estás
como las cajitas de fósforos
en que ya no queda
ni el germen de una llama
y las guardamos en los bolsillos
para pedirle un poco de fuego prestado
a cualquier transeúnte
un poco de alma
una miseria de amor
porque miro y no te encuentro
y no hay nada que pueda encender
este crematorio de vos,
acá a mi costado.
Ignorancia.
No sé que hacer con este pequeño, aburrido y polvoriento amor.
Con este encontrarnos tan lejos [vos, encamisándote los horarios y las cuentas atrasadas, mirando a través de la ventana paisajes de otros lugares; yo, como distraída, tratando de encontrar algún juguete, la muñeca de estopa que desprecié de niña, las lagartijas que agonizaban en las paredes, algo en que entretenerme].
Qué hacer con las telas de araña por entre las que apenas te veo.
Mil bloques de cristal queriendo ser un orden y no pasando de pequeñas culpas y un puñado de intentos.
Tus ojos nublados por el sueño [o sólo porque no hay sol y tenemos el deseo hambriento y los labios tristes y los párpados transparentes y el café calienta la garganta pero no las entrañas y siempre llovizna tras los cristales]
La falta de razones [que nunca fueron necesarias, pero a veces se extraña el amor y el capricho como se extraña las pequeñas heridas y la esperanza –que de eso se trata todo esto-].
Qué hacer con este recreo sin potreros ni quioscos. Dos niños huérfanos que ni siquiera pueden mirarse a la cara. La soledad debe ser así. La muerte también debe ser así. Pero nosotros deberíamos.
Deberíamos. Cómo si fuesen un deber la felicidad y la inocencia.
Como si todas las horas no fueran el mismo desamparo.
Como si la vida no fuese también un sentarnos uno junto al otro y esperar.
Hasta que en algún lado por fin amanezca.
Ese momento.
Distraído. Como si el mundo fuese una gran y torpe calesita (que lo es) y girase para despistarnos (que lo hace). Y los hombres no fuesen más que paisaje. Y siempre ya hubiésemos partido. No importa donde (nunca importa donde, Whitman lo sabía, por eso todas las hojas fueron suyas).
Entonces lo vi. No sé por qué calle. (lo dije, estaba distraído). Desperté. Lo buscaba (en otro lado). Corrí hacia él. (no podría marcharse). Toqué su hombro (disculpe señor, es que su rostro me parece conocido). De algún lugar. Quién sabe qué tiempos. Quizás de la infancia. La fantasía O las fotos húmedas. La nostalgia. O el deseo.
No supe que decirle. Se tocó con los dedos el sombrero. Buenas tardes. Y me dejó parado en la misma baldosa de siempre.
Pero ahora no. Ahora sé: aunque no lo recuerde.
En ese hombre habitaba el poema.
Cronograma.
Quince minutos de poesía
cada mañana
un desayuno con tu rostro
flotando en el café
con leche y medialunas de días contemplando
el teléfono obstinado
y pernicioso
que no suena.
(el complot de la telefonía móvil y estática
para dejar mi corazón
fuera de servicio)
Y a mediodía,
el estómago contento
el corazón no tan contento
pero igual de optimista
una siesta reencontrándote
en la humedad de las sábanas
en las sombras que deja el sol
a cada paso
y en el reloj olvidadizo
que nunca marca tu hora
ni recuerda tu nombre
ni te sabe, como yo,
cuerdamente a destiempo.
Y en la noche,
en el recuadro desnudo de las sombras,
llenas de imágenes y ensueños
de otros
nunca los míos,
el insomnio como ratas
escabulléndome de mí
nunca de vos
royéndome los talones
y la conciencia
y esta batalla final contra el olvido
y la desesperanza
antes de la tregua de siempre
dos o tres horas
cobijada como gatos en el sueño
antes que el sol
ese triste asesino
de luz a tu ausencia
junto a los árboles del campo
y junto al resto de las tumbas.
Puedo ofrecerme
como las estampitas que ofrecen los niños
por cincuenta centavos
en el colectivo
de noche
entre el sueño y la miseria
Como las putas del barrio
calle Rivadavia
antes de llegar a la esquina
que garúan henchidas de esperas
(manchando el honor nunca habido
de éste y todos los héroes
que me endilgaron de niña)
puedo pintarme
de aureolas hirientes el cuerpo
de cuchillos hastiados sin sangre
de gotitas de tristeza
y salir de mis faldas
y abandonar la guarida
el vientre de mi madre
la catequesis indecente
en todos los olvidos; la prudencia
y entrar de improviso a vos
como a cualquier otro
forzarte al último grito
robarte el silencio y la plegaria
hasta que, extenuado, reconozcas tu nombre
como lo hago yo
como todos lo hacemos
cuando sólo restan minutos
antes que el día
nos acribille
la inocencia a respuestas.
Análisis silvestre.
La adultez es una enfermedad crónica
cuyo único desenlace es la muerte.
La medicina no ha encontrado remedios
ni paliativos
los placebos
(tristes remedos de la infancia)
ya no engañan a nadie
y es difícil evitar
los factores de riesgo
la plata que no alcanza
los príncipes que huyeron en la siesta
la escasez de número capicúas
y esta tristeza indeleble que nos resbala.
(los doctores eméritos dictaminan:
la inocencia no se recobra
los años no pasan en vano
una aspirina y un vaso de tinto por las noches).
Y es así que
la adultez no tiene cura
no la cubre la medicina prepaga
y no encuentra consuelo en el pastor de la esquina
ni en un numerito acertado en la quiniela.
Por suerte la gente se muere de otras cosas
de cáncer, del corazón, de los pulmones
para seguir confiando que esta picazón insistente
que tenemos anidándonos las entrañas
no es más que una molestia pasajera
el comienzo de un resfrío
consecuencias del cambio de clima
mientras los niños nos miran pensativos
con un poco de silencio
con un poco de pena
y los años esperan un descuido
para inyectarles de tiempo las venas.
Cómo hacerse de un corazón.
Cavar hondo (los pulmones son necesarios, pero ocupan demasiado espacio). No es preciso que quepa más que un puño. O un nido. O un poema.
Esterilizar el lugar (las infecciones del corazón son letales, aunque aun no tengamos uno). Ponerse la camisa. Nos queda apenas el tiempo justo. Recorrer las calles. Hasta llegar a una plaza. Buscar a la joven (es imposible confundirse). La que contemple los gorriones con nostalgia. La que sonría bajo el sol. Y el viento se escabulla como anguilas en su cuello.
Pedirle que nos done su corazón. No todo. Basta un poquito. Ya lo cuidaremos nosotros. Para eso existen las noches y cada una de las lunas. Para eso se crearon los versos.
Aguardar a que sonría y extraiga, de su escote, un gajito latente. Tomarlo aun tibio, de entre sus dedos. Anidarlo en nuestro pecho. Respirar profundo.
Esperar un momento.
Hasta que sangremos alegres (el corazón nunca cauteriza).
Y un nuevo amanecer ahogue las sombras.
Crónica de un lapsus linguae.
Kavafis no era ningún idiota.
El candidato abría la muestra de pinturas
organizada en el palacio legislativo:
“con sumo placer, con todo entusiasmo
al convocar a tan ex -simios artistas
en esta, que es la casa del pueblo,
como aquella en la que hace mil años,
en Atenas, nacía la democracia”.
Y la imposibilidad de olvidar que hace mil años,
en la tragedia inevitable de la historia
[de la que tanto hablaban los griegos]
Atenas agonizaba desvastada
por los romanos orientalizados, los bizantinos;
luego vendrían los turcos a disputarse los restos
[las réplicas de las esculturas, el teatro, sobrevivirían,
a nadie le interesan los excrementos del alma,
las pequeñas debilidades de los pueblos
y todo ese sentimentalismo de oferta].
Kavafis ya lo decía: quizás la solución sean los bárbaros,
que vengan (y el hambre no será nuestra culpa)
a ocupar nuestros estrados (y la justicia volverá a las charlas de las tabernas)
a gobernar a nuestra gente (y dejarnos amar nuestro suelo,
porque la muerte, el dolor, la desesperanza ya deberán resolverlos los otros).
(porque dejaremos de ser nuestro problema
y los que nos sobrevivan nos justificarán como mártires).
Nosotros también lo sabemos, pero cultivamos la modestia criolla:
no necesitamos de grandes invasiones, ni de guerras, ni de patriotismo,
a nosotros los bárbaros nos crecen por dentro,
van a nuestras escuelas, escupen nuestras calles, se cuelgan de la luz del vecino,
después obtienen algún título universitario
y organizan internas, peleas intestinas, golpes de estado;
se paran frente al micrófono y nos explican su futuro:
una democracia como la de Atenas hace mil años,
un hilillo de sangre recorriendo la tierra,
un rey supersticioso y chapucero,
una corte entogada en pieles y pocos escrúpulos
y un millar de bufones (que somos nosotros).
El candidato terminó sus palabras
agradeciendo con un gesto los aplausos
(y en un lugar cualquiera,
se resignaban a su destino de piedra las columnas).
¿cómo morirán las libélulas? (corolario)
En un aterrizaje forzoso en la pileta
ahogadas de cloro y de cansancio,
presintiendo la impuntualidad de sus antenas
y la vana soberbia reptilínea de su cola.
Como los hombres, morirán:
en una última mirada al cielo
en la soledad del orgullo y del espanto
Poeta.
A Rodrigo Galarza.
Todas las palabras
como lanzas en la noche
como hoguera iluminadas
como faros inminentes
se abalanzan
cruzando el río, galopando el viento, urgiendo a las horas
y no traen ni paz ni pan ni caricias.
Sólo llegan
como perros salvajes
como gigantes heridos
a beber de tu mano,
ebrias de sangre y espanto,
como dioses impasibles,
pordioseros furibundos,
poeta.
Servicios al consumidor:
voy a seguir los pasos de tu espalda
como se sigue al mesías
cuando se cae la fe
a pedazos
como cristales rotos
en la acera.
voy a seguirte, paso a paso,
a trancos tan decididos
como desesperados
sosteniendo como estandarte
la mirada canina
del que busca un dueño.
voy a espiarte con un puñal entre las manos
(por las dudas)
y a aguardar
a que te descuides
(que des un paso en falso
o te empolves la nariz)
para clavármelo alegremente
cuando lo tengas menos pensado
para clavártelo lentamente:
el amor es así,
un mero servicio al consumidor.
Como si fuera poco.
Como si fuera poco agolparse
en las orillas de esta ciudad
que no es la nuestra
que a veces nos desconoce
que junta nuestras migajas
hechas de lo que resta de cada día
y mirarla como a la madre
o como al niño desnudo
o como al primer amanecer
de primavera
y restregarnos los ojos
de sueño y desasosiego
y volver a confiar
en su polvo, sus baches, su palabrerío inútil
como confiamos en las huellas de nuestro cuerpo
que a veces valen más
-no mucho-
que las de nuestra memoria
y volver al hogar
del que nunca nos fuimos,
como por casualidad,
como por descuido;
como si fuera poco agolparse
y darle una tregua a la desesperanza.
Todos los destinos son el mismo destino.
Todo consiste en un ir, iniciarnos, morir.
Ir hacia donde la vida nos lleve,
iniciarnos en el espontáneo fraude del mundo,
morir tan sólo como venga.
Todo consiste en tus ojos y mis ojos
y un espasmo de latidos
y sinrazones
hasta que todo acabe con todo
y nos volvamos un manojo de inclemencia
o de amor
(que viene a ser lo mismo).
Como todo ritual
y todo sacrificio
la sangre es sólo
un paso de comedia.
Una vez.
En que me quedé sin cigarrillos y sin razones para escribir. Que es lo mismo.
Los dioses todos. Los hombres. Los muertos. Vinieron a mi boca. Se sabe, son como caníbales. Merodean en espíritu. En caso de que exista. Merodea el cansancio. Despedazan como perros lo que queda del recuerdo.
Escupieron sobre siglos de mentiras: acabemos con los centros de concentración de la sintaxis, con el ejército de gramáticos; con el arzobispado de prosódicos y malparidos.
Destruyamos la demagogia de la literatura.
Comámonos cada poeta en su vientre.
(bibliotecas de dantes borges y dumas no pueden quedar a salvo)
(los otros, los burrouhgs los whitman las yourcenar arden solos)
Vos no corrés riesgo, me dijeron:
nunca más me quedé sin cigarrillos
ni volví a intentar la poesía.
Nocturna.
Decirte que me asusta, este estar tan solo conmigo, sin otra compañía
que el ladrido de los perros y el insomnio; este vendaval lacrimógeno de recuerdos
de cuando era niño y cabían todos los soles en los ojales de la camisa
y las calles nacían de mis pasos y nombraba al mundo y el mundo se hacía
de barro y siestas y caminaban errantes los que hoy están muertos
(e igual de errantes, pero sin senderos); de cuando la luna era luna
y no era amor ni desesperanza ni una bala de cañón en la noche
en que se librarán, como todas las noches, tantas batallas:
la mía por vos, por ejemplo, contra ningún enemigo salvo
tu obstinada ausencia a mi costado y la melancolía;
pero todo amor es desesperado y sin gloria, todo amor sabe a
sangre inútil y seca, la mía por vos, por ejemplo, sin altares ni otros sacrificios
más agrande que aguardar a que el día me conceda el desconsuelo de una tregua,
la cicatriz del silencio, el paréntesis del descanso, y otras muchas nimiedades.
Mariana Rinesi.
martes, septiembre 27, 2005
miércoles, septiembre 07, 2005
el gusano máximo de la vida misma-alberto laiseca
ALBERTO LAISECA
Fragmento de El gusano máximo de la vida misma
Ella era gordita, petisa, tetona y vivía en Nueva York. Además era terriblemente distraída. Noten esto porque es importante para la historia. Hacía un calor espantoso y húmedo. La petisa trotaba por las calles sin bombacha. Pero no por puta sino por acalorada. Olvidé decir que tenía un culo de ésos. Sus glúteos, sin el vínculo férreo, sin el dique del calzón, anadeaban que era un gusto. Ver un culo así, de lo más respingón y que no es de uno, causa desazón en el espíritu. Era como el culo movedizo del Tandil. Tampoco tenía corpiño, pero esto porque se había olvidado de ponérselo. Ante cada taconeo (en este sentido era un SS) sus pechos viboreaban a derecha e izquierda, arriba y abajo. Se metió en el subte con intención de bajarse en tal o cual lado. Abrió La tierra baldía, de T. S. Eliot en la página 14 y se puso a leer apasionadamente. Luego de miles de minutos notó muy extrañada que en el subte cada vez había menos blancos y más negros. Al final sólo eran negros y ella la única blanca. Estaban en la calle 99 Oeste o más (ni sé). Era Harlem. Desesperada y haciéndose pis encima del miedo se bajó. Quería encontrar un taxi para que la sacara de allí. Pero no había taxis. Sólo tres negros hermosos, de pijas larguísimas, que la humillaron racialmente. «A esta blanquita nos la manda Santa Claus», dijo uno. «¡Qué pan dulce lleno de confites!», declaró otro al tiempo que la manoteaba por atrás moviendo su mano de abajo a arriba. Ella se desasió indignada. «Vamos a sodomizarla, brothers», proclamó de manera definitiva el tercero. La petisa, con un gemidito de angustia, alcanzó a zambullirse en un taxi providencial. Ya en su cuadra tuvo que recorrer varios metros antes de entrar a su edificio. Merodeando había tres sidacos aburridísimos equipados con jeringas descartables recicladas varias veces. «Qué lindo culo para pincharlo», dijo uno. «Vamos a meterle el HIV para que dé positivo en los análisis», declaró otro. «Rápido, que no se nos escape», proclamó juiciosamente el tercero y se abalanzaron loquísimos, revoleando jeringas como lanceros de Bengala. Ella trató de sacar las llaves, aunque sabía que no iba a tener tiempo de abrir. Pero tuvo la buena suerte de que del edificio justo en ese momento salía una vieja. De un manotazo la apartó, entró y cerró la puerta. La vieja quedó afuera con los sidacos, pero no creo que le haya pasado nada porque no era su tipo. La petisa tetona y culona subió al ascensor jadeando aterrada. Ya en su departamento suspiró aliviadísima creyéndose a salvo. Grande fue su error, porque pegado al techo la esperaba el gusano máximo de la vida misma. Al monstruo le encantaban las gorditas tetonas. Eran sus predilectas. De un salto cayó al piso, cerca de la puerta, haciendo plop. En realidad bien hubiera podido caerle encima y violarla ahí mismo sin falta, pero antes quería jugar un poco con ella por razones de sadismo. Al ver un ser tan horrible, que le bloqueaba la salida, la gordita trastabilló torpemente. Supo que esta vez había perdido. Ella se corría un poquito a la izquierda y el gusano la correteaba hasta allí. Ella, gimoteando, se movía a la derecha y él, casi con ternura, como con amor, la bloqueaba. Ni siquiera intentó gritar pues sabía que era inútil. Ese era un lugar lleno de drogadictos y cornudos. El drogadicto espera a su dealer y el cornudo sólo está preocupado por las encamadas de su mujer, de modo que nadie le iba a dar bola. El gusano máximo de la vida misma la fue arrinconando. En cierto momento la gordita chocó contra su cama y medio como que se recostó sobre ella. Momento muy esperado por el bicho, quien le saltó encima. La tetona gimoteó dulcemente. Se dejó hacer sin resistir, casi muerta de asco. El gusano, con una sorbida, le arrancó las ropas y se las tragó. Una vez que la tuvo completamente desnuda y a su merced, estiró dos pseudopodios con forma de ventosas. Con ellos le empezó a chupar las tetas: primero una, después otra, alternativamente. Hacía slurp, slurp. Aquello era asqueroso y erótico al mismo tiempo. Ya baboseada, un tercer pseudopodio se introdujo profundamente en su vagina. Pero aquel falo no era un operador lacaniano (o sí); no era propiamente una pija pija: era una máquina de vacío que al tiempo que entraba y salía vaciaba de aire la intimidad del útero para luego insuflar líquidos tibios. Así una vez y otra. Dos nuevos pseudopodios se introdujeron en su boca y en el ortex. La gordita, ya totalmente entregada, comenzó a gozar. ¿Qué remedio le quedaba si había perdido, la muy puta (distraída e histérica)? El pseudopodio del culo se hinchaba al entrar y se desinflaba al salir. Uno, dos, tres orgasmos anduvimos bien. Al cuarto la petisa pidió agua. «Basta, me vas a matar.» «Jodéte.» Cuando se desmayaba él la hacía volver a la conciencia. Al orgasmo número catorce tuvo un paro cardíaco. «Muerta soy. ¡Confesión!», como en las obras de Lope de Vega. Después de comerse todo lo que había en la heladera y bañarse, el gusano máximo de la vida misma se fue.Son tantos dólares, dijo la mujer. Era prostituta desde hacía dos años. Todavía estaba muy buena, a pesar de tantas cojidas sin amor. Flaca, altísima y con dos grandes gomas. El cliente venía con cara común. Lavadita. Ella, que por lo general era desconfiada, esa vez no dudó. «Soy tuya, bebé», dijo una vez llegados al departamento, mostrándole sus dos tremendas tetas. Pero él tenía otra intención. Al tiempo que sacaba un cuchillo de enormes dimensiones, como diría el diario Crónica, de Buenos Aires (más que cuchillo era una espada chica), le empezó a explicar que, si bien aún no había matado a nadie, estaba interesado en emular las hazañas de Jack el Destripador. Muchacho tonto: debió destriparla sin más, en lugar de dar tantas vueltas. Ella quedó algo sorprendida. Andaba mal de droga y por eso, un poco ansiosa, no tomo precauciones. La púa estaba en su cartera, a varios metros, y ella desnuda como una estúpida. Si se hacía la fesa y se arrimaba de a poquito el otro la ensartaba. Lo vio en sus ojos. Pero lo que ninguno de los dos sabía era que en el techo, esperando pacientemente, estaba pegado el gusano máximo de la vida misma. A él le gustaban las mujeres, no los tipos, pero al ver el asunto sufrió un ataque pasional de indignación. Hizo plop a espaldas del fulano, se le aferró como una lapa y le largó un misil de corto alcance. Aquel viboráceo fue algo tan inesperado y horrible que el punto largó el cuchillo, levantó los brazos y lanzó un grito de lo más teatral y artístico. Parecía Boris Godunov, en la inmortal ópera de Modesto Mussorski, hacia el final, cuando en su agonía dice: «¡Soy el zar! ¡Soy el zar!». Cayó a tierra y, como pudo, arrastrándose, salió del lugar con el culo roto. «Supongo que te debo algo», dijo la flaca. Se acostó en la cama y abrió las piernas. Cosa curiosa: el gusano se deserotizó muchísimo. A él le gustaba tomar sin que le diesen. De todas maneras saltó como una rana y la cazó al mismo tiempo en todos los lugares. La cazó pero poco. La otra tuvo que ayudarlo. Debió multiplicar sus manos para levantar las distintas partes. El monstruo consideró que era una vergüenza que no pudiese sin ayuda y, apelando a su voluntad nietzscheana, al último yoga, comenzó a fornicarla de firme. «Matáme, matáme gusano de mierda, que me gusta.» «¿Querés morir?», preguntó él muy extrañado. «Siempre y cuando no me hagas preguntas boludas como ésta, sí.» Era tan asqueroso el gusano máximo de la vida misma, que la puta no había podido impedir irse erotizando de a poco. No era como . . . .coger con un punto y ni siquiera con un tipo. Desde que la reventó su primer fiolo que no tenía un orgasmo así. Tuvo uno fuerte, otro menos y le dijo que parase porque no quería desacralizar la novedad. El bicho, que habitualmente no atendía pedidos de clemencia ni de cualquier otra naturaleza, para su propia sorpresa obedeció como una ovejita. En poco tiempo el máximo de la vida misma se transformó en el nuevo fiolo de la flaca. Él la cuidaba de los clientes jodidos, de los que se hacían los fesas y trataban de comer y no pagar, la sacaba de la taquería cuando la yuta se la llevaba (mejor ni te cuento el cagazo de los cobani cuando lo veían aparecer al monstruo en toda su gloria), etcétera. El por primera vez conocía el significado de la palabra amor. Todo terminó cuando una noche, luego de una peregrinación por los techos y azoteas, entró por la ventana y la encontró sobre la colcha, desnuda y muerta por una sobredosis. Tres días estuvo llorándola. Como su flaquita se iba poniendo cada vez más fea por la putrefacción dejó el lugar para siempre.Cualquier barrio underground le recordaba a su muy amada flaca, así que se fue a la zona cara. En ese derpa había una fiesta cheta y el gusano entró por una ventana pequeñita que imitaba los ojos de buey de los barcos. Cayó sobre la alfombra lo más silenciosamente posible (la música a todo lo que daba lo ayudó mucho y también el hecho de usar su fuerza telepática), pues no quería ser visto y se escondió en un ropero. Desde allí escuchaba las conversaciones pelotudas con ayuda de sus sensores. Tuvo que oír de nuevo el repertorio completo de todas las chapas de levante ya vistas: «¿Tenés el último compact de Peter Gabriel?», «Una a esta altura no quiere un verso chico y que pac a la lona. Una quiere que la seduzcan» –al oír esto el gusano pensaba: cómo se ve que no te miraste al espejo. Pero si cojerte es hacerte un favor, la concha de tu madre. Esta todavía pretende que la seduzcan. Qué pretenciosa–, «Los otros días aluciné que te había visto. Flaca ¿qué tenés? Sos bárbara», «Aquí hay mucho ruido, no se puede conversar bien. A la vuelta hay un boliche de un amigo mío», «Punta y la península de Florida ya me tienen harto. Los norteamericanos no saben la maravilla que tienen en el Oeste». A las cinco o cinco y media de la mañana se fueron los últimos chichis. El gusano siempre en el ropero: firme como un soldado. La dueña de casa se encamó con su partenaire de la noche. Luego del habitual y consabido orgasmo se pusieron a dormir (¿por qué la gente será tan aburrida para cojer y, sobre todo, por qué dirá tantas mentiras? Si ya sabemos que para el otro no significamos un carajo, ¿por qué mierda siempre siempre nos dirán que somos únicos y que antes que nosotros etcétera? Debe ser que lo hacen para humillarnos con el posterior olvido). Bastante después del mediodía se levantaron, tomaron el desayuno, el tipo se fue y la concheta pasó al baño para darse una ducha. Por supuesto y, como cualquiera puede imaginarlo, allí, pegado al techo la esperaba bla, bli, blu. Sí, pero con un pequeño cambio. Así como la puta de la aventura anterior lo subordinó enamorándolo por una cuestión de clase (mina fuerte, underground, muy propia), la concheta también lo subordinó por una cuestión de clase (de otra clase). Temenos confesar que el gusano máximo de la vida misma era, en el fondo, un acomplejado campesino. Vivieron juntos dos años y dos meses. Ella le decía: «Con vos me pasan cosas fuertes. A mí no me importa para nada que seas un monstruo. Al contrario: mejor, porque es un cachetazo para mi vieja, que siempre me quiso elegir los tipos. Lo que sí me preocupa es tu edad: vos tenés ciento ochenta y cinco años más que yo. Soy una piba y vos un gusano máximo de la vida misma viejo. Tengo miedo de que dentro de algunos años tenga que hacer de enfermera. Pero hasta esto me lo bancaría. Yo necesito seguridad económica. Mi vieja me dio estructura. Mi hombre también me tiene que dar estructura a través de la seguridad. Yo no te pido mucho. Te pido lo mínimo. Una vacación en Florida, Brasil, Bariloche o California o París o Londres por año. Es el mínimo». Él, cuando le oía decir estas barbaridades, propias de una mina que nunca laburó, se enternecía y al mismo tiempo tenía ganas de matarla. Y un día lo dejó. El gusano máximo de la vida misma debió salir del departamento por el mismo ojo de buey por el que había entrado. No se dejó ni tocar las tetas. «Esto es provisorio», fue la última boludez que ella le dijo. «Puede durar dos o tres meses. Si lo nuestro es lo bastante fuerte y sólido ya volveremos a estar juntos. Lo nuestro tiene una cosa a favor: es el asunto de los orgasmos. Orgasmos profundos como tuve con vos no tuve con nadie.» Él pensó: Sí, es provisorio. Va a durar sólo dos o tres décadas. Pero esto no se lo dijo. Lo que sí le dijo fue: «Te voy a hacer un horóscopo. Te va a ir muy bien con el tipo de barba con el cual te vas a encontrar». «¿Qué tipo de barba?» «Uno que ya vas a conocer. Él te llevará de viaje muchas veces, te dará hijos y te hará vivir en un lugar lleno de paisajes. Y ¿sabés? El asunto de los orgasmos, como vos decís... Ahora que tuviste estos orgasmos conmigo los vas a tener con cualquiera. Los veo a los dos, desnudos, en su cama después de cojer, vos a la izquierda y él a la derecha, y vos diciéndole a tu nuevo hombre (el barbudo de Pimpinela): "¿Sabés? Cuando corté con el gusano máximo de la vida misma creí que ya nunca iba a conseguir orgasmos como los que conseguí con él. Y ahora, con vos, los alcancé. Esto me da la certeza de lo que lo nuestro es fuerte y de que yo te amo".» Todo eso le dijo el gusano máximo de la vida misma a la concheta y era verdad y se cumplió. Lo que no le dijo pero también se iba a cumplir, sólo que veinte años después, era que ella iba a terminar amargada y sola como su madre. Chica poco astuta: debió saber que a las conchetas sus maridos las dejan a los veinte años de casados para andar con minas veinte años más jóvenes que ellas. [...]Publicado por Tusquets. © 1999 Alberto Laiseca
Fragmento de El gusano máximo de la vida misma
Ella era gordita, petisa, tetona y vivía en Nueva York. Además era terriblemente distraída. Noten esto porque es importante para la historia. Hacía un calor espantoso y húmedo. La petisa trotaba por las calles sin bombacha. Pero no por puta sino por acalorada. Olvidé decir que tenía un culo de ésos. Sus glúteos, sin el vínculo férreo, sin el dique del calzón, anadeaban que era un gusto. Ver un culo así, de lo más respingón y que no es de uno, causa desazón en el espíritu. Era como el culo movedizo del Tandil. Tampoco tenía corpiño, pero esto porque se había olvidado de ponérselo. Ante cada taconeo (en este sentido era un SS) sus pechos viboreaban a derecha e izquierda, arriba y abajo. Se metió en el subte con intención de bajarse en tal o cual lado. Abrió La tierra baldía, de T. S. Eliot en la página 14 y se puso a leer apasionadamente. Luego de miles de minutos notó muy extrañada que en el subte cada vez había menos blancos y más negros. Al final sólo eran negros y ella la única blanca. Estaban en la calle 99 Oeste o más (ni sé). Era Harlem. Desesperada y haciéndose pis encima del miedo se bajó. Quería encontrar un taxi para que la sacara de allí. Pero no había taxis. Sólo tres negros hermosos, de pijas larguísimas, que la humillaron racialmente. «A esta blanquita nos la manda Santa Claus», dijo uno. «¡Qué pan dulce lleno de confites!», declaró otro al tiempo que la manoteaba por atrás moviendo su mano de abajo a arriba. Ella se desasió indignada. «Vamos a sodomizarla, brothers», proclamó de manera definitiva el tercero. La petisa, con un gemidito de angustia, alcanzó a zambullirse en un taxi providencial. Ya en su cuadra tuvo que recorrer varios metros antes de entrar a su edificio. Merodeando había tres sidacos aburridísimos equipados con jeringas descartables recicladas varias veces. «Qué lindo culo para pincharlo», dijo uno. «Vamos a meterle el HIV para que dé positivo en los análisis», declaró otro. «Rápido, que no se nos escape», proclamó juiciosamente el tercero y se abalanzaron loquísimos, revoleando jeringas como lanceros de Bengala. Ella trató de sacar las llaves, aunque sabía que no iba a tener tiempo de abrir. Pero tuvo la buena suerte de que del edificio justo en ese momento salía una vieja. De un manotazo la apartó, entró y cerró la puerta. La vieja quedó afuera con los sidacos, pero no creo que le haya pasado nada porque no era su tipo. La petisa tetona y culona subió al ascensor jadeando aterrada. Ya en su departamento suspiró aliviadísima creyéndose a salvo. Grande fue su error, porque pegado al techo la esperaba el gusano máximo de la vida misma. Al monstruo le encantaban las gorditas tetonas. Eran sus predilectas. De un salto cayó al piso, cerca de la puerta, haciendo plop. En realidad bien hubiera podido caerle encima y violarla ahí mismo sin falta, pero antes quería jugar un poco con ella por razones de sadismo. Al ver un ser tan horrible, que le bloqueaba la salida, la gordita trastabilló torpemente. Supo que esta vez había perdido. Ella se corría un poquito a la izquierda y el gusano la correteaba hasta allí. Ella, gimoteando, se movía a la derecha y él, casi con ternura, como con amor, la bloqueaba. Ni siquiera intentó gritar pues sabía que era inútil. Ese era un lugar lleno de drogadictos y cornudos. El drogadicto espera a su dealer y el cornudo sólo está preocupado por las encamadas de su mujer, de modo que nadie le iba a dar bola. El gusano máximo de la vida misma la fue arrinconando. En cierto momento la gordita chocó contra su cama y medio como que se recostó sobre ella. Momento muy esperado por el bicho, quien le saltó encima. La tetona gimoteó dulcemente. Se dejó hacer sin resistir, casi muerta de asco. El gusano, con una sorbida, le arrancó las ropas y se las tragó. Una vez que la tuvo completamente desnuda y a su merced, estiró dos pseudopodios con forma de ventosas. Con ellos le empezó a chupar las tetas: primero una, después otra, alternativamente. Hacía slurp, slurp. Aquello era asqueroso y erótico al mismo tiempo. Ya baboseada, un tercer pseudopodio se introdujo profundamente en su vagina. Pero aquel falo no era un operador lacaniano (o sí); no era propiamente una pija pija: era una máquina de vacío que al tiempo que entraba y salía vaciaba de aire la intimidad del útero para luego insuflar líquidos tibios. Así una vez y otra. Dos nuevos pseudopodios se introdujeron en su boca y en el ortex. La gordita, ya totalmente entregada, comenzó a gozar. ¿Qué remedio le quedaba si había perdido, la muy puta (distraída e histérica)? El pseudopodio del culo se hinchaba al entrar y se desinflaba al salir. Uno, dos, tres orgasmos anduvimos bien. Al cuarto la petisa pidió agua. «Basta, me vas a matar.» «Jodéte.» Cuando se desmayaba él la hacía volver a la conciencia. Al orgasmo número catorce tuvo un paro cardíaco. «Muerta soy. ¡Confesión!», como en las obras de Lope de Vega. Después de comerse todo lo que había en la heladera y bañarse, el gusano máximo de la vida misma se fue.Son tantos dólares, dijo la mujer. Era prostituta desde hacía dos años. Todavía estaba muy buena, a pesar de tantas cojidas sin amor. Flaca, altísima y con dos grandes gomas. El cliente venía con cara común. Lavadita. Ella, que por lo general era desconfiada, esa vez no dudó. «Soy tuya, bebé», dijo una vez llegados al departamento, mostrándole sus dos tremendas tetas. Pero él tenía otra intención. Al tiempo que sacaba un cuchillo de enormes dimensiones, como diría el diario Crónica, de Buenos Aires (más que cuchillo era una espada chica), le empezó a explicar que, si bien aún no había matado a nadie, estaba interesado en emular las hazañas de Jack el Destripador. Muchacho tonto: debió destriparla sin más, en lugar de dar tantas vueltas. Ella quedó algo sorprendida. Andaba mal de droga y por eso, un poco ansiosa, no tomo precauciones. La púa estaba en su cartera, a varios metros, y ella desnuda como una estúpida. Si se hacía la fesa y se arrimaba de a poquito el otro la ensartaba. Lo vio en sus ojos. Pero lo que ninguno de los dos sabía era que en el techo, esperando pacientemente, estaba pegado el gusano máximo de la vida misma. A él le gustaban las mujeres, no los tipos, pero al ver el asunto sufrió un ataque pasional de indignación. Hizo plop a espaldas del fulano, se le aferró como una lapa y le largó un misil de corto alcance. Aquel viboráceo fue algo tan inesperado y horrible que el punto largó el cuchillo, levantó los brazos y lanzó un grito de lo más teatral y artístico. Parecía Boris Godunov, en la inmortal ópera de Modesto Mussorski, hacia el final, cuando en su agonía dice: «¡Soy el zar! ¡Soy el zar!». Cayó a tierra y, como pudo, arrastrándose, salió del lugar con el culo roto. «Supongo que te debo algo», dijo la flaca. Se acostó en la cama y abrió las piernas. Cosa curiosa: el gusano se deserotizó muchísimo. A él le gustaba tomar sin que le diesen. De todas maneras saltó como una rana y la cazó al mismo tiempo en todos los lugares. La cazó pero poco. La otra tuvo que ayudarlo. Debió multiplicar sus manos para levantar las distintas partes. El monstruo consideró que era una vergüenza que no pudiese sin ayuda y, apelando a su voluntad nietzscheana, al último yoga, comenzó a fornicarla de firme. «Matáme, matáme gusano de mierda, que me gusta.» «¿Querés morir?», preguntó él muy extrañado. «Siempre y cuando no me hagas preguntas boludas como ésta, sí.» Era tan asqueroso el gusano máximo de la vida misma, que la puta no había podido impedir irse erotizando de a poco. No era como . . . .coger con un punto y ni siquiera con un tipo. Desde que la reventó su primer fiolo que no tenía un orgasmo así. Tuvo uno fuerte, otro menos y le dijo que parase porque no quería desacralizar la novedad. El bicho, que habitualmente no atendía pedidos de clemencia ni de cualquier otra naturaleza, para su propia sorpresa obedeció como una ovejita. En poco tiempo el máximo de la vida misma se transformó en el nuevo fiolo de la flaca. Él la cuidaba de los clientes jodidos, de los que se hacían los fesas y trataban de comer y no pagar, la sacaba de la taquería cuando la yuta se la llevaba (mejor ni te cuento el cagazo de los cobani cuando lo veían aparecer al monstruo en toda su gloria), etcétera. El por primera vez conocía el significado de la palabra amor. Todo terminó cuando una noche, luego de una peregrinación por los techos y azoteas, entró por la ventana y la encontró sobre la colcha, desnuda y muerta por una sobredosis. Tres días estuvo llorándola. Como su flaquita se iba poniendo cada vez más fea por la putrefacción dejó el lugar para siempre.Cualquier barrio underground le recordaba a su muy amada flaca, así que se fue a la zona cara. En ese derpa había una fiesta cheta y el gusano entró por una ventana pequeñita que imitaba los ojos de buey de los barcos. Cayó sobre la alfombra lo más silenciosamente posible (la música a todo lo que daba lo ayudó mucho y también el hecho de usar su fuerza telepática), pues no quería ser visto y se escondió en un ropero. Desde allí escuchaba las conversaciones pelotudas con ayuda de sus sensores. Tuvo que oír de nuevo el repertorio completo de todas las chapas de levante ya vistas: «¿Tenés el último compact de Peter Gabriel?», «Una a esta altura no quiere un verso chico y que pac a la lona. Una quiere que la seduzcan» –al oír esto el gusano pensaba: cómo se ve que no te miraste al espejo. Pero si cojerte es hacerte un favor, la concha de tu madre. Esta todavía pretende que la seduzcan. Qué pretenciosa–, «Los otros días aluciné que te había visto. Flaca ¿qué tenés? Sos bárbara», «Aquí hay mucho ruido, no se puede conversar bien. A la vuelta hay un boliche de un amigo mío», «Punta y la península de Florida ya me tienen harto. Los norteamericanos no saben la maravilla que tienen en el Oeste». A las cinco o cinco y media de la mañana se fueron los últimos chichis. El gusano siempre en el ropero: firme como un soldado. La dueña de casa se encamó con su partenaire de la noche. Luego del habitual y consabido orgasmo se pusieron a dormir (¿por qué la gente será tan aburrida para cojer y, sobre todo, por qué dirá tantas mentiras? Si ya sabemos que para el otro no significamos un carajo, ¿por qué mierda siempre siempre nos dirán que somos únicos y que antes que nosotros etcétera? Debe ser que lo hacen para humillarnos con el posterior olvido). Bastante después del mediodía se levantaron, tomaron el desayuno, el tipo se fue y la concheta pasó al baño para darse una ducha. Por supuesto y, como cualquiera puede imaginarlo, allí, pegado al techo la esperaba bla, bli, blu. Sí, pero con un pequeño cambio. Así como la puta de la aventura anterior lo subordinó enamorándolo por una cuestión de clase (mina fuerte, underground, muy propia), la concheta también lo subordinó por una cuestión de clase (de otra clase). Temenos confesar que el gusano máximo de la vida misma era, en el fondo, un acomplejado campesino. Vivieron juntos dos años y dos meses. Ella le decía: «Con vos me pasan cosas fuertes. A mí no me importa para nada que seas un monstruo. Al contrario: mejor, porque es un cachetazo para mi vieja, que siempre me quiso elegir los tipos. Lo que sí me preocupa es tu edad: vos tenés ciento ochenta y cinco años más que yo. Soy una piba y vos un gusano máximo de la vida misma viejo. Tengo miedo de que dentro de algunos años tenga que hacer de enfermera. Pero hasta esto me lo bancaría. Yo necesito seguridad económica. Mi vieja me dio estructura. Mi hombre también me tiene que dar estructura a través de la seguridad. Yo no te pido mucho. Te pido lo mínimo. Una vacación en Florida, Brasil, Bariloche o California o París o Londres por año. Es el mínimo». Él, cuando le oía decir estas barbaridades, propias de una mina que nunca laburó, se enternecía y al mismo tiempo tenía ganas de matarla. Y un día lo dejó. El gusano máximo de la vida misma debió salir del departamento por el mismo ojo de buey por el que había entrado. No se dejó ni tocar las tetas. «Esto es provisorio», fue la última boludez que ella le dijo. «Puede durar dos o tres meses. Si lo nuestro es lo bastante fuerte y sólido ya volveremos a estar juntos. Lo nuestro tiene una cosa a favor: es el asunto de los orgasmos. Orgasmos profundos como tuve con vos no tuve con nadie.» Él pensó: Sí, es provisorio. Va a durar sólo dos o tres décadas. Pero esto no se lo dijo. Lo que sí le dijo fue: «Te voy a hacer un horóscopo. Te va a ir muy bien con el tipo de barba con el cual te vas a encontrar». «¿Qué tipo de barba?» «Uno que ya vas a conocer. Él te llevará de viaje muchas veces, te dará hijos y te hará vivir en un lugar lleno de paisajes. Y ¿sabés? El asunto de los orgasmos, como vos decís... Ahora que tuviste estos orgasmos conmigo los vas a tener con cualquiera. Los veo a los dos, desnudos, en su cama después de cojer, vos a la izquierda y él a la derecha, y vos diciéndole a tu nuevo hombre (el barbudo de Pimpinela): "¿Sabés? Cuando corté con el gusano máximo de la vida misma creí que ya nunca iba a conseguir orgasmos como los que conseguí con él. Y ahora, con vos, los alcancé. Esto me da la certeza de lo que lo nuestro es fuerte y de que yo te amo".» Todo eso le dijo el gusano máximo de la vida misma a la concheta y era verdad y se cumplió. Lo que no le dijo pero también se iba a cumplir, sólo que veinte años después, era que ella iba a terminar amargada y sola como su madre. Chica poco astuta: debió saber que a las conchetas sus maridos las dejan a los veinte años de casados para andar con minas veinte años más jóvenes que ellas. [...]Publicado por Tusquets. © 1999 Alberto Laiseca
el intelectual de derechas-subcomandante marcos
Zapatismo
15 de enero del 2004
El intelectual de derechas
Subcomandante MarcosManière de voir-Le Monde diplomatique Traducción para Rebelión de Simón Royo La globalización ha sido posible mediante dos revoluciones: la tecnológica y la informática. Y es dirigida por el poder financiero. De la mano, la tecnología y la informática (y con ellas el capital financiero) han hecho desaparecer las distancias y han roto las fronteras. Y hoy es posible tener información sobre cualquier parte del mundo en cualquier momento. El dinero tiene ahora el don de la ubicuidad, va y viene en forma vertiginosa, como si estuviera en todas partes al mismo tiempo. Y es más, el dinero otorga una nueva forma al mundo, la forma de un mercado, de un mega-mercado.Sin embargo, a pesar de la «globalización» del planeta, o más bien precisamente a causa de ella, la homogeneidad está muy lejos de ser la característica principal del planeta. El mundo es un archipiélago, un rompecabezas en el que cada pieza se convierte en otros rompecabezas, por lo que, finalmente, lo único realmente globalizado es lo heterogéneo.Por lo que respecta a los intelectuales hay que preguntarse qué posición tienen ante las consecuencias de la globalización. En resumen, ¿cómo se insertan en la globalización fragmentada? El intelectual critica el inmobilismo, reclama el cambio, el progreso. Siempre se encontrará inmerso en una sociedad atravesada de enfrentamientos múltiples y dividida entre aquellos que utilizan el poder para que las cosas no cambien, y aquellos que luchan por el cambio. Es aquí donde el intelectual opta, elige, escoge entre su función intelectual y la función que le proponen los actores sociales. Y aparece igualmente aquí la división (y la lucha) entre intelectuales progresistas y reaccionarios. El intelectual reaccionario «olvida» su función intelectual, renuncia a la reflexión crítica, y su memoria se recorta de tal modo que no hay ya pasado ni futuro, el presente y lo inmediato es lo único accesible, a su juicio, y por tanto, indiscutibles.La crítica del intelectual de izquierdas se ejerce fundamentalmente contra el poder hegemónico: el de los señores del dinero y el de quienes le sirven.En el principio, los grandes intelectuales de la derecha fueron progresistas. Y hablo de los gigantes, no de los enanos. Octavio Paz, el más grande intelectual de derechas de los últimos años en México, declaró: «Vengo de eso que llamamos pensamiento de izquierda. Fue algo muy importante en mi formación. Pero ahora no sé... lo único que sé es que mis diálogos -a veces mis discusiones- han tenido lugar con ellos. No tengo gran cosa que decir a los demás». (Braulio Peralta. El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz. Ed.Grijalbo. México, 1996). El intelectual progresista se convierte en objeto y objetivo del poder dominante. Objeto a comprar y objetivo a destruir. El intelectual progresista «nace» en medio de este ambiente de seducción persecutoria. Algunos se resisten y defienden (casi siempre en solitario; la solidaridad no parece ser la característica del intelectual progresista), pero los otros, persuadidos de que la globalización es «inevitable», buscan entre su bagaje intelectual y siempre encuentran alguna razón para legitimar al poder. El sistema les ofrece un cómodo sillón (a veces bajo la forma de una subvención, de un puesto, de un premio o de algún privilegio) a la derecha del Príncipe ayer tan criticado.«Lo inevitable» tiene nombre: «pensamiento único» -ya sea como fin de la historia, omnipresencia e omnipotencia del dinero, reemplazo de la política por la policía, el presente como único futuro posible, racionalización de la desigualdad social, justificación de la sobreexplotación de los seres humanos y de los recursos naturales, racismo, intolerancia, guerra.El intelectual de derechas (y ex de izquierda) comprende que ser «moderno» significa cumplir la consigna: ¡adaptaos o perded vuestros privilegios! No es necesario que el intelectual de derechas sea original, se limita a seguir el pensamiento único. Es un pensamiento que tiene sus principales «Fuentes» en el Banco Mundial, en el Fondo Monetario Internacional, en la Organización para el Comercio y el Desarrollo Económico, en la Organización Mundial de Comercio, «que, mediante su financiación, enrolan al servicio de sus ideas a través de todo el planeta a numerosos centros de investigación, universidades y fundaciones, los cuales, a su vez, perfilan y difunden la buena nueva» (Ignacio Ramonet, La pensée unique. Le Monde diplomatique, janvier 1995).Lejos de la reflexión, del pensamiento crítico, los intelectuales de derecha se convierten en ecos de los mensajes publicitarios que inundan el mega-mercado de la globalización fragmentada. Adquieren nuevas «virtudes»: una audaz cobardía y una profunda banalidad. Ambas brillan en sus «análisis» del presente globalizado y en su revisionismo del pasado histórico. Las torres de cristal blindado de la hegemonía del dinero les protege. La derecha intelectual es particularmente sectaria y beneficiaria del respaldo de ciertos medios de comunicación y de ciertos gobiernos. Hacerse meritorio de los favores del Príncipe no es fácil, hay que renunciar a la imaginación crítica y a la autocrítica, a la inteligencia, a la argumentación, a la reflexión, y optar por el nuevo dogma: la teología neoliberal.La globalización se vende como el mejor de los mundos posibles, pero puesto que carece de ejemplos concretos de sus ventajas para la humanidad, tiene que recurrir a la fe y a los dogmas neoliberales. Los teólogos neoliberales denuncian entonces y persiguen a los «herejes», a los «mensajeros del mal», es decir, a los intelectuales de izquierdas. ¿Y qué mejor forma que acusarlos de «mesianismo»? De «mesianismo trasnochado». Motivado por cuestionar un presente lleno de libertades, donde cualquiera puede decidir qué compra, sean artículos de primera necesidad, ideologías o programas políticos.Pero paradoja no perdona. Si es que existe un mesianismo, es el de la derecha intelectual: «El Gran Circo de Intelectuales Neoliberales Químicamente Puros o Ex Marxistas Arrepentidos o la Trilateral pueden ser mesiánicos cuando prefiguran la fatalidad de un universo basado en la verdad única, el mercado único y el ejército gendarme único vigilando el flash que acompaña la foto final de la Historia tomada ante los mejores paisajes de las mejores sociedades abiertas» (Manuel Vázquez Montalbán, Panfleto desde el planeta de los simios. Ed.Drakontos. Barcelona, 1995).En la globalización fragmentada, las sociedades son fundamentalmente sociedades mediáticas. Los media son el gran espejo, no de lo que una sociedad es, sino de lo que debe aparentar ser. Plena de tautologías y evidencias, la sociedad mediática es avara en razones y argumentos. Para ella repetir es demostrar. Y esas son las imágenes que se repiten, como ésas imágenes grises de la pantalla global. ¿Cuándo se ha visto que lo visible era igual a lo verdadero? Esos son los «efectos especiales» de la pantalla global. El mundo entero y el saber universal están ahora a la mano de cualquiera con una televisión o un ordenador portátil.Si quiere recibir legitimación social, el nuevo intelectual de derecha tiene que desempeñar su función en la era visual; optar por lo directo e inmediato; pasar del signo a la imagen y de la reflexión al comentario televisivo. Si en el hipermercado de la globalización, el Estado-Nación se define como una empresa, los gobernantes como gerentes de la sociedad y los ejércitos y los policías como cuerpos de vigilancia, entonces la derecha intelectual se redefinirá como área de Relaciones Públicas.En otras palabras, a la hora de la globalización, los intelectuales de derecha son «multiusos»: sepultureros del análisis crítico y la reflexión, malabaristas con las ruedas de molino de la teología neoliberal, apuntadores de gobiernos que olvidan el «script», comentaristas de lo evidente, defensores de soldados y policías, árbitros que dicen lo «verdadero» o lo «falso» según su conveniencia, guardaespaldas teóricos del Príncipe, y presentadores de una «nueva historia». El Príncipe ha dado sus órdenes: «¡Atacadles! ¡Yo proveeré al ejército de armas y de mass-medias; vosotros de ideas!».Umberto Eco, en un texto titulado «el fascismo eterno» (incluido en: Umberto Eco, Cinq questions de morale. Grasset, Paris, 2000), proporciona ciertas claves para comprender que el fascismo permanezca latente. Tras advertirnos que el fascismo fue una forma de totalitarismo difuso, define algunas de sus características: rechazo al avance del saber, irracionalismo, criminalización de la cultura, miedo a la diferencia, racismo, frustración individual o social, xenofobia, elitismo aristocrático, machismo, sacrificio individual para el beneficio de la causa, populismo cualitativo difundido por la televisión, «neo-lengua» (con léxico pobre y sintaxis elemental). Estos son los valores que defienden los intelectuales de derecha: «Acaso, hoy casi como ayer, ¿no se está utilizando el cansancio democrático, la náusea ante la nada, el desconcierto ante el desorden como aval de una nueva situación histórica de excepción que requiere un nuevo autoritarismo persuasivo, unificador de la ciudadanía en clientes y consumidores de un sistema, un mercado, una represión centralizada?» (Manuel Vázquez Montalbán, op cit.).La tarea de los pensadores progresistas, que son los de la esperanza escéptica, no es nada fácil. En su labor intelectual se han dado cuenta del malfuncionamiento de muchas cosas y, nobleza obliga, deben revelarlo, desmontarlo, denunciarlo, comunicarlo. Pero para hacerlo, deben enfrentarse con la teología neoliberal, y detrás de ella, con los mass media, los bancos, las grandes multinacionales, los ejércitos y las policías.Y tienen que afrontar todo esto en plena era visual. Esa es su mayor desventaja. Pues han de enfrentarse al poder de la imagen con un único recurso, el de la palabra. Su escepticismo frente a lo evidente les ha permitido descubrir la farsa. Y armados con el mismo escepticismo, en sus análisis críticos se dedican a desmontar, conceptualmente, la maquina de bellezas virtuales y miserias reales.Artículo traducido del francés: Manière de voir 72. Le Nouveau Capitalisme. Le Monde diplomatique, décembre 2003-janvier 2004 (Bimestriel):«L'intellectuel de droite», pp.29-30, Par le Sous-Commandant Marcos.N.T. El presente texto se encuentra incluido en el mucho más largo artículo del Subcomandante Marcos, de abril de 2000, titulado: «¡Oximoron! (La derecha intelectual y el fascismo liberal)». (Accesible a través de Internet). Por lo que puede considerarse el que presentamos como un resumen del mismo.No obstante, hemos encontrado preferible traducir lo publicado en Le Monde diplomatique que reproducir las partes coincidentes del artículo anterior que hemos mencionado.
15 de enero del 2004
El intelectual de derechas
Subcomandante MarcosManière de voir-Le Monde diplomatique Traducción para Rebelión de Simón Royo La globalización ha sido posible mediante dos revoluciones: la tecnológica y la informática. Y es dirigida por el poder financiero. De la mano, la tecnología y la informática (y con ellas el capital financiero) han hecho desaparecer las distancias y han roto las fronteras. Y hoy es posible tener información sobre cualquier parte del mundo en cualquier momento. El dinero tiene ahora el don de la ubicuidad, va y viene en forma vertiginosa, como si estuviera en todas partes al mismo tiempo. Y es más, el dinero otorga una nueva forma al mundo, la forma de un mercado, de un mega-mercado.Sin embargo, a pesar de la «globalización» del planeta, o más bien precisamente a causa de ella, la homogeneidad está muy lejos de ser la característica principal del planeta. El mundo es un archipiélago, un rompecabezas en el que cada pieza se convierte en otros rompecabezas, por lo que, finalmente, lo único realmente globalizado es lo heterogéneo.Por lo que respecta a los intelectuales hay que preguntarse qué posición tienen ante las consecuencias de la globalización. En resumen, ¿cómo se insertan en la globalización fragmentada? El intelectual critica el inmobilismo, reclama el cambio, el progreso. Siempre se encontrará inmerso en una sociedad atravesada de enfrentamientos múltiples y dividida entre aquellos que utilizan el poder para que las cosas no cambien, y aquellos que luchan por el cambio. Es aquí donde el intelectual opta, elige, escoge entre su función intelectual y la función que le proponen los actores sociales. Y aparece igualmente aquí la división (y la lucha) entre intelectuales progresistas y reaccionarios. El intelectual reaccionario «olvida» su función intelectual, renuncia a la reflexión crítica, y su memoria se recorta de tal modo que no hay ya pasado ni futuro, el presente y lo inmediato es lo único accesible, a su juicio, y por tanto, indiscutibles.La crítica del intelectual de izquierdas se ejerce fundamentalmente contra el poder hegemónico: el de los señores del dinero y el de quienes le sirven.En el principio, los grandes intelectuales de la derecha fueron progresistas. Y hablo de los gigantes, no de los enanos. Octavio Paz, el más grande intelectual de derechas de los últimos años en México, declaró: «Vengo de eso que llamamos pensamiento de izquierda. Fue algo muy importante en mi formación. Pero ahora no sé... lo único que sé es que mis diálogos -a veces mis discusiones- han tenido lugar con ellos. No tengo gran cosa que decir a los demás». (Braulio Peralta. El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz. Ed.Grijalbo. México, 1996). El intelectual progresista se convierte en objeto y objetivo del poder dominante. Objeto a comprar y objetivo a destruir. El intelectual progresista «nace» en medio de este ambiente de seducción persecutoria. Algunos se resisten y defienden (casi siempre en solitario; la solidaridad no parece ser la característica del intelectual progresista), pero los otros, persuadidos de que la globalización es «inevitable», buscan entre su bagaje intelectual y siempre encuentran alguna razón para legitimar al poder. El sistema les ofrece un cómodo sillón (a veces bajo la forma de una subvención, de un puesto, de un premio o de algún privilegio) a la derecha del Príncipe ayer tan criticado.«Lo inevitable» tiene nombre: «pensamiento único» -ya sea como fin de la historia, omnipresencia e omnipotencia del dinero, reemplazo de la política por la policía, el presente como único futuro posible, racionalización de la desigualdad social, justificación de la sobreexplotación de los seres humanos y de los recursos naturales, racismo, intolerancia, guerra.El intelectual de derechas (y ex de izquierda) comprende que ser «moderno» significa cumplir la consigna: ¡adaptaos o perded vuestros privilegios! No es necesario que el intelectual de derechas sea original, se limita a seguir el pensamiento único. Es un pensamiento que tiene sus principales «Fuentes» en el Banco Mundial, en el Fondo Monetario Internacional, en la Organización para el Comercio y el Desarrollo Económico, en la Organización Mundial de Comercio, «que, mediante su financiación, enrolan al servicio de sus ideas a través de todo el planeta a numerosos centros de investigación, universidades y fundaciones, los cuales, a su vez, perfilan y difunden la buena nueva» (Ignacio Ramonet, La pensée unique. Le Monde diplomatique, janvier 1995).Lejos de la reflexión, del pensamiento crítico, los intelectuales de derecha se convierten en ecos de los mensajes publicitarios que inundan el mega-mercado de la globalización fragmentada. Adquieren nuevas «virtudes»: una audaz cobardía y una profunda banalidad. Ambas brillan en sus «análisis» del presente globalizado y en su revisionismo del pasado histórico. Las torres de cristal blindado de la hegemonía del dinero les protege. La derecha intelectual es particularmente sectaria y beneficiaria del respaldo de ciertos medios de comunicación y de ciertos gobiernos. Hacerse meritorio de los favores del Príncipe no es fácil, hay que renunciar a la imaginación crítica y a la autocrítica, a la inteligencia, a la argumentación, a la reflexión, y optar por el nuevo dogma: la teología neoliberal.La globalización se vende como el mejor de los mundos posibles, pero puesto que carece de ejemplos concretos de sus ventajas para la humanidad, tiene que recurrir a la fe y a los dogmas neoliberales. Los teólogos neoliberales denuncian entonces y persiguen a los «herejes», a los «mensajeros del mal», es decir, a los intelectuales de izquierdas. ¿Y qué mejor forma que acusarlos de «mesianismo»? De «mesianismo trasnochado». Motivado por cuestionar un presente lleno de libertades, donde cualquiera puede decidir qué compra, sean artículos de primera necesidad, ideologías o programas políticos.Pero paradoja no perdona. Si es que existe un mesianismo, es el de la derecha intelectual: «El Gran Circo de Intelectuales Neoliberales Químicamente Puros o Ex Marxistas Arrepentidos o la Trilateral pueden ser mesiánicos cuando prefiguran la fatalidad de un universo basado en la verdad única, el mercado único y el ejército gendarme único vigilando el flash que acompaña la foto final de la Historia tomada ante los mejores paisajes de las mejores sociedades abiertas» (Manuel Vázquez Montalbán, Panfleto desde el planeta de los simios. Ed.Drakontos. Barcelona, 1995).En la globalización fragmentada, las sociedades son fundamentalmente sociedades mediáticas. Los media son el gran espejo, no de lo que una sociedad es, sino de lo que debe aparentar ser. Plena de tautologías y evidencias, la sociedad mediática es avara en razones y argumentos. Para ella repetir es demostrar. Y esas son las imágenes que se repiten, como ésas imágenes grises de la pantalla global. ¿Cuándo se ha visto que lo visible era igual a lo verdadero? Esos son los «efectos especiales» de la pantalla global. El mundo entero y el saber universal están ahora a la mano de cualquiera con una televisión o un ordenador portátil.Si quiere recibir legitimación social, el nuevo intelectual de derecha tiene que desempeñar su función en la era visual; optar por lo directo e inmediato; pasar del signo a la imagen y de la reflexión al comentario televisivo. Si en el hipermercado de la globalización, el Estado-Nación se define como una empresa, los gobernantes como gerentes de la sociedad y los ejércitos y los policías como cuerpos de vigilancia, entonces la derecha intelectual se redefinirá como área de Relaciones Públicas.En otras palabras, a la hora de la globalización, los intelectuales de derecha son «multiusos»: sepultureros del análisis crítico y la reflexión, malabaristas con las ruedas de molino de la teología neoliberal, apuntadores de gobiernos que olvidan el «script», comentaristas de lo evidente, defensores de soldados y policías, árbitros que dicen lo «verdadero» o lo «falso» según su conveniencia, guardaespaldas teóricos del Príncipe, y presentadores de una «nueva historia». El Príncipe ha dado sus órdenes: «¡Atacadles! ¡Yo proveeré al ejército de armas y de mass-medias; vosotros de ideas!».Umberto Eco, en un texto titulado «el fascismo eterno» (incluido en: Umberto Eco, Cinq questions de morale. Grasset, Paris, 2000), proporciona ciertas claves para comprender que el fascismo permanezca latente. Tras advertirnos que el fascismo fue una forma de totalitarismo difuso, define algunas de sus características: rechazo al avance del saber, irracionalismo, criminalización de la cultura, miedo a la diferencia, racismo, frustración individual o social, xenofobia, elitismo aristocrático, machismo, sacrificio individual para el beneficio de la causa, populismo cualitativo difundido por la televisión, «neo-lengua» (con léxico pobre y sintaxis elemental). Estos son los valores que defienden los intelectuales de derecha: «Acaso, hoy casi como ayer, ¿no se está utilizando el cansancio democrático, la náusea ante la nada, el desconcierto ante el desorden como aval de una nueva situación histórica de excepción que requiere un nuevo autoritarismo persuasivo, unificador de la ciudadanía en clientes y consumidores de un sistema, un mercado, una represión centralizada?» (Manuel Vázquez Montalbán, op cit.).La tarea de los pensadores progresistas, que son los de la esperanza escéptica, no es nada fácil. En su labor intelectual se han dado cuenta del malfuncionamiento de muchas cosas y, nobleza obliga, deben revelarlo, desmontarlo, denunciarlo, comunicarlo. Pero para hacerlo, deben enfrentarse con la teología neoliberal, y detrás de ella, con los mass media, los bancos, las grandes multinacionales, los ejércitos y las policías.Y tienen que afrontar todo esto en plena era visual. Esa es su mayor desventaja. Pues han de enfrentarse al poder de la imagen con un único recurso, el de la palabra. Su escepticismo frente a lo evidente les ha permitido descubrir la farsa. Y armados con el mismo escepticismo, en sus análisis críticos se dedican a desmontar, conceptualmente, la maquina de bellezas virtuales y miserias reales.Artículo traducido del francés: Manière de voir 72. Le Nouveau Capitalisme. Le Monde diplomatique, décembre 2003-janvier 2004 (Bimestriel):«L'intellectuel de droite», pp.29-30, Par le Sous-Commandant Marcos.N.T. El presente texto se encuentra incluido en el mucho más largo artículo del Subcomandante Marcos, de abril de 2000, titulado: «¡Oximoron! (La derecha intelectual y el fascismo liberal)». (Accesible a través de Internet). Por lo que puede considerarse el que presentamos como un resumen del mismo.No obstante, hemos encontrado preferible traducir lo publicado en Le Monde diplomatique que reproducir las partes coincidentes del artículo anterior que hemos mencionado.
las elites y los pordioseros-osvaldo bayer
Las elites y los pordioseros
Por Osvaldo Bayer
Hace poco escribíamos que el famoso rey de Inglaterra Enrique VIII echó la culpa de todos los males de la sociedad británica a los pordioseros. Y los mandó a ahorcar. Setenta mil en poco tiempo. Venía esto al caso por nuestra increíble discusión sobre los piqueteros. Hemos dado ahora con un documento honesto, no escrito ni por un agitador obrero, ni por un miembro de algún partido de los trabajadores, ni siquiera por algún discípulo de Kant. Es un escrito reciente del filósofo norteamericano Thomas Pogge que enseña filosofía en la Columbia University. Es un trabajo científico, pero sencillo, claro, que no admite tergiversaciones. Detalla las terribles cifras del hambre. Indiscutibles. Y dice sin ninguna búsqueda de notoriedad que "el hambre masiva en los países del Sur (y la Argentina está al Sur del Sur) no es simplemente el destino sino la consecuencia del actual ordenamiento del mundo". Algo que sabemos todos y lo hemos escuchado mil veces en discursos presidenciales, en cátedras de derechos humanos, en las discusiones sin término de Naciones Unidas, en organizaciones religiosas. Sí, sí. Pero ahí está. Y al profesor Pogge no le importa repetir. Porque todo lo viejo que dice es absolutamente nuevo y urgente.Nos comienza acusando. Dice que el peor crimen que ha cometido la humanidad hasta ahora nos sigue paso a paso. Es la pobreza mundial. Y nosotros nos ocupamos, pero al mismo tiempo miramos para el lado contrario. Y ahora viene el espanto.La Segunda Guerra Mundial causó cincuenta millones de muertos. Un absurdo que sólo se puede intentar superarlo yendo al Muro de los Lamentos y ponerse a llorar a los gritos.Para no aprender nada. Fueron muertas cincuenta millones de personas como nosotros, como los niños de al lado, como los viejos de la plaza. Pero ahí no nos detenemos. Ahora vienen los verdaderos muertos por nuestra crueldad, desidia y codicia: desde la terminación de la Guerra Fría en 1989 murieron alrededor de 270 millones de seres humanos por cuestiones de pobreza. Dos tercios de los cuales fueron niños. Niños más jóvenes de cinco años. Por año se van juntando en esta pirámide monstruosa 18 millones más. Muertos de hambre. La culpa la tienen los piqueteros, la culpa la tienen los pordioseros según el rey de reyes Enrique VIII. Bueno, basta. No, por favor, en el trabajo está todo demostrado de acuerdo con estadísticas oficiales y a estudios de las llamadas organizaciones de elites.La mitad de todos los seres humanos que vive en la actualidad está debajo del límite de pobreza de dos dólares por día, que hoy corresponde al poder de compra de mil dólares por año en Estados Unidos. Pero hay más todavía. Aprendámoslo para ir comprendiendo la política que nos domina: una mitad de la humanidad vive en promedio un 30 por ciento debajo del límite de un dólar por día como límite de pobreza.Este tendría que ser el tema de los sermones dominicales de todas las iglesias y de todas las sesiones de cuerpos colegiados del mundo. Mata más que la guerra de Irak y no sale en los titulares. Sí, el hambre aparece de vez en cuando en algún concurso fotográfico, premiado por la cara de increíble sufrimiento de los niños, nuestros niños.Lo dicen los informes de las organizaciones mundiales de la salud. Ochocientos millones de seres humanos están mal alimentados en forma crónica. Mil millones no tienen agua limpia para beber. Por ejemplo, 2400 millones no tienen instalaciones sanitarias.Los funcionarios mundiales se han propuesto que hasta el año 2015 van a impedir la muerte de 9 millones de pobres por hambre.Nos dice el profesor Pogge que no se trata de seguir publicando estadísticas sino de hablar de nuestra dureza de corazón y nuestra falta absoluta de querer dar una solución al problema. Es la misma línea absolutamente egoísta del ser humano cuando aplicó el colonialismo, la esclavitud y el genocidio de pueblos. Hoy el sistema declara a la desigualdad como ley suprema que domina las relaciones internacionales. Y la venta de armas por los países más poderosos de la Tierra. Allí donde hay hambre, hay armas de las más modernas cualidades vendidas por los países que dominan las economías de esos países explotados. ¿Qué ha hecho Naciones Unidas sobre el comercio increíble de la venta de armas? Todo se mezcla, todo es producto de la misma causa: hambre, armas, dictaduras, golpes de Estado, labor de los organismos de informaciones, consorcios, globalización de la injusticia. Hambre. El científico preocupado por los pobres señala que el desarrollo de la pobreza en el mundo se debe, sin discusión, a la construcción del orden que lleva a eso. En la conformación de ese orden dominan los Estados ricos, que pese a toda la teoría del comercio libre exigen la seguridad de sus masivas subvenciones y de las aduanas protectoras, como lo demostró claramente Cancún. Las mafias dirigentes de los pequeños países pueden obtener aquí y allá a veces pequeñas concesiones. Pero los intereses de los pobres no están representados por nadie o permanecen sin ser contempladas como principio del sistema (porque la culpa, y ya lo decía Enrique VIII, la tienen los pordioseros; en la Argentina, los piqueteros. Y el que no lo crea, que escuche las poderosas emisoras argentinas y los canales televisivos, toda una fuente de sabiduría en el orden sociológico). El profesor Thomas Pogge lo remarca, dice textualmente: "Los pobres son los culpables, así se dice, cuando son gobernados sus países por tales mafias. Se exige a menudo good governance en los países pobres. Pero el ejercicio del poder corrupto y represivo está condicionado por factores globales".Materias primas y armas: como decíamos, esos dos son los factores esenciales de nuestra globalización con el tercer mundo. Los pequeños países dominados brutalmente venden sus materias primas y compran armas para mantenerse en el poder. El abuso del poder es el que hace nacer la pobreza. "Pero queda en claro la culpabilidadd de los países ricos", dice Pogge. Está claro y es indiscutible que "la pobreza del mundo podría combatirse y hacerla desaparecer mediante un ordenamiento justo del mundo". Y en sus palabras finales, es definitivo: "De esta manera, somos los que producimos –se refiere a Estados Unidos y a su sistema– la pobreza mundial no sólo de una manera pasiva sino evidentemente activa. Mediante el sostén de un injusto sistema mundial, que podía preverse y podía impedirse, y al no hacerlo reproducimos la miseria, la inimaginable miseria de la pobre mitad de la humanidad".Y se ve en todo. Cada vez se quiere ganar más. Lo vemos hasta en los aviones de pasajeros. Cada vez las diferencias son más grandes. Sillones para elefantes en la primera clase y en la tercera, los pasillos cada vez más estrechos para hacer entrar cada vez más butacas. Los carritos de comida han quedado reducidas a lo que llamábamos antes changuitos, para no hablar de las comidas y el vino en vasos. Todo sigue al modelo. El trabajo del profesor Pogge tiene una foto: niños de Lubango, Angola, viven en cajas de cartón una sobre otra. Los llamaríamos cartoneros. Investiguemos bien porque a lo mejor los culpables de nuestra república cartonera fueron los piqueteros. Todo tiene un origen común que lleva finalmente a destruir esta sociedad argentina. ¿Acaso el general Bussi no fue un buen alumno de Enrique VIII y ordenó hacer desaparecer a los mendigos y vagabundos de Tucumán? Por ahí está la cosa, profesor Thomas Pogge. Por ejemplo, en el plan tan bienvenido en Estados Unidos y Alemania de las universidades de elites. Marchemos con las elites y terminemos con los pordioseros. Seamos bien occidentales y cristianos.
Por Osvaldo Bayer
Hace poco escribíamos que el famoso rey de Inglaterra Enrique VIII echó la culpa de todos los males de la sociedad británica a los pordioseros. Y los mandó a ahorcar. Setenta mil en poco tiempo. Venía esto al caso por nuestra increíble discusión sobre los piqueteros. Hemos dado ahora con un documento honesto, no escrito ni por un agitador obrero, ni por un miembro de algún partido de los trabajadores, ni siquiera por algún discípulo de Kant. Es un escrito reciente del filósofo norteamericano Thomas Pogge que enseña filosofía en la Columbia University. Es un trabajo científico, pero sencillo, claro, que no admite tergiversaciones. Detalla las terribles cifras del hambre. Indiscutibles. Y dice sin ninguna búsqueda de notoriedad que "el hambre masiva en los países del Sur (y la Argentina está al Sur del Sur) no es simplemente el destino sino la consecuencia del actual ordenamiento del mundo". Algo que sabemos todos y lo hemos escuchado mil veces en discursos presidenciales, en cátedras de derechos humanos, en las discusiones sin término de Naciones Unidas, en organizaciones religiosas. Sí, sí. Pero ahí está. Y al profesor Pogge no le importa repetir. Porque todo lo viejo que dice es absolutamente nuevo y urgente.Nos comienza acusando. Dice que el peor crimen que ha cometido la humanidad hasta ahora nos sigue paso a paso. Es la pobreza mundial. Y nosotros nos ocupamos, pero al mismo tiempo miramos para el lado contrario. Y ahora viene el espanto.La Segunda Guerra Mundial causó cincuenta millones de muertos. Un absurdo que sólo se puede intentar superarlo yendo al Muro de los Lamentos y ponerse a llorar a los gritos.Para no aprender nada. Fueron muertas cincuenta millones de personas como nosotros, como los niños de al lado, como los viejos de la plaza. Pero ahí no nos detenemos. Ahora vienen los verdaderos muertos por nuestra crueldad, desidia y codicia: desde la terminación de la Guerra Fría en 1989 murieron alrededor de 270 millones de seres humanos por cuestiones de pobreza. Dos tercios de los cuales fueron niños. Niños más jóvenes de cinco años. Por año se van juntando en esta pirámide monstruosa 18 millones más. Muertos de hambre. La culpa la tienen los piqueteros, la culpa la tienen los pordioseros según el rey de reyes Enrique VIII. Bueno, basta. No, por favor, en el trabajo está todo demostrado de acuerdo con estadísticas oficiales y a estudios de las llamadas organizaciones de elites.La mitad de todos los seres humanos que vive en la actualidad está debajo del límite de pobreza de dos dólares por día, que hoy corresponde al poder de compra de mil dólares por año en Estados Unidos. Pero hay más todavía. Aprendámoslo para ir comprendiendo la política que nos domina: una mitad de la humanidad vive en promedio un 30 por ciento debajo del límite de un dólar por día como límite de pobreza.Este tendría que ser el tema de los sermones dominicales de todas las iglesias y de todas las sesiones de cuerpos colegiados del mundo. Mata más que la guerra de Irak y no sale en los titulares. Sí, el hambre aparece de vez en cuando en algún concurso fotográfico, premiado por la cara de increíble sufrimiento de los niños, nuestros niños.Lo dicen los informes de las organizaciones mundiales de la salud. Ochocientos millones de seres humanos están mal alimentados en forma crónica. Mil millones no tienen agua limpia para beber. Por ejemplo, 2400 millones no tienen instalaciones sanitarias.Los funcionarios mundiales se han propuesto que hasta el año 2015 van a impedir la muerte de 9 millones de pobres por hambre.Nos dice el profesor Pogge que no se trata de seguir publicando estadísticas sino de hablar de nuestra dureza de corazón y nuestra falta absoluta de querer dar una solución al problema. Es la misma línea absolutamente egoísta del ser humano cuando aplicó el colonialismo, la esclavitud y el genocidio de pueblos. Hoy el sistema declara a la desigualdad como ley suprema que domina las relaciones internacionales. Y la venta de armas por los países más poderosos de la Tierra. Allí donde hay hambre, hay armas de las más modernas cualidades vendidas por los países que dominan las economías de esos países explotados. ¿Qué ha hecho Naciones Unidas sobre el comercio increíble de la venta de armas? Todo se mezcla, todo es producto de la misma causa: hambre, armas, dictaduras, golpes de Estado, labor de los organismos de informaciones, consorcios, globalización de la injusticia. Hambre. El científico preocupado por los pobres señala que el desarrollo de la pobreza en el mundo se debe, sin discusión, a la construcción del orden que lleva a eso. En la conformación de ese orden dominan los Estados ricos, que pese a toda la teoría del comercio libre exigen la seguridad de sus masivas subvenciones y de las aduanas protectoras, como lo demostró claramente Cancún. Las mafias dirigentes de los pequeños países pueden obtener aquí y allá a veces pequeñas concesiones. Pero los intereses de los pobres no están representados por nadie o permanecen sin ser contempladas como principio del sistema (porque la culpa, y ya lo decía Enrique VIII, la tienen los pordioseros; en la Argentina, los piqueteros. Y el que no lo crea, que escuche las poderosas emisoras argentinas y los canales televisivos, toda una fuente de sabiduría en el orden sociológico). El profesor Thomas Pogge lo remarca, dice textualmente: "Los pobres son los culpables, así se dice, cuando son gobernados sus países por tales mafias. Se exige a menudo good governance en los países pobres. Pero el ejercicio del poder corrupto y represivo está condicionado por factores globales".Materias primas y armas: como decíamos, esos dos son los factores esenciales de nuestra globalización con el tercer mundo. Los pequeños países dominados brutalmente venden sus materias primas y compran armas para mantenerse en el poder. El abuso del poder es el que hace nacer la pobreza. "Pero queda en claro la culpabilidadd de los países ricos", dice Pogge. Está claro y es indiscutible que "la pobreza del mundo podría combatirse y hacerla desaparecer mediante un ordenamiento justo del mundo". Y en sus palabras finales, es definitivo: "De esta manera, somos los que producimos –se refiere a Estados Unidos y a su sistema– la pobreza mundial no sólo de una manera pasiva sino evidentemente activa. Mediante el sostén de un injusto sistema mundial, que podía preverse y podía impedirse, y al no hacerlo reproducimos la miseria, la inimaginable miseria de la pobre mitad de la humanidad".Y se ve en todo. Cada vez se quiere ganar más. Lo vemos hasta en los aviones de pasajeros. Cada vez las diferencias son más grandes. Sillones para elefantes en la primera clase y en la tercera, los pasillos cada vez más estrechos para hacer entrar cada vez más butacas. Los carritos de comida han quedado reducidas a lo que llamábamos antes changuitos, para no hablar de las comidas y el vino en vasos. Todo sigue al modelo. El trabajo del profesor Pogge tiene una foto: niños de Lubango, Angola, viven en cajas de cartón una sobre otra. Los llamaríamos cartoneros. Investiguemos bien porque a lo mejor los culpables de nuestra república cartonera fueron los piqueteros. Todo tiene un origen común que lleva finalmente a destruir esta sociedad argentina. ¿Acaso el general Bussi no fue un buen alumno de Enrique VIII y ordenó hacer desaparecer a los mendigos y vagabundos de Tucumán? Por ahí está la cosa, profesor Thomas Pogge. Por ejemplo, en el plan tan bienvenido en Estados Unidos y Alemania de las universidades de elites. Marchemos con las elites y terminemos con los pordioseros. Seamos bien occidentales y cristianos.
los mensajes del pasillo-david zaracho
Los mensajes del pasillo
Los ojos cansados de los observadores lo vieron acercarse a la puerta del negocio, pasar frente a la promotora, recibir el panfleto, bosquejar una sonrisa, deslizar la mirada sobre el escote de la muchacha y proseguir por la calle como si el producto inducido jamás hubiese figurado en su mente y ni siquiera dentro del panfleto.
- Es inútil señor.
- Ya van más de cuatro años.
Comentaron los observadores, y los técnicos de apoyo giraron hacia la figura que reposaba tras las sombras del cubículo superior en la sala de investigaciones.
- Confirmen la detención. Creo que ya es hora que veamos cual es la raíz de su problema.
En poco más de diez minutos un vehículo de recolección lo interceptó antes de que lograse cruzar la avenida. Estuvo desprevenido, como toda su vida. La maniobra del chofer lo asustó. El gas que le arrojaron lo desvaneció.
La celda que se le asignó estaba tapizada de espejos. Allí se despertaron al unísono sus infinitas imágenes como en una caja de clonación gráfica.
- Hemos hecho los estudios preliminares. Los electroencefalogramas denuncian una actividad levemente irregular. Pero nada que sea determinante.
El psiquiatra guarda silencio.
El oficial superior se acercó al monitor número ocho.
- Veo que despierta. ¿Tienen listo el gabinete psicológico?
- Sí, señor.
- Llámenme cuando los doctores puedan hacer un primer informe de la situación.
Uno de los espejos emitió un fino silbido. Partes del infinito, que esta pared reflejaba, fueron remplazados por un oscuro rectángulo vertical del cual se desprendieron un par de siluetas marciales. Esta vez su desesperación fue notoria. El pánico había hecho mella en su ignorancia. Lo levantaron por los brazos y lo arrastraron hasta el pasillo. Cuando su resistencia canso a los guardias, apoyaron sus armas sobre sus costillas y él se resignó a caminar escoltado hasta una sección dos pisos por debajo de donde lo habían alojado. Salió, con la misma compañía tétrica, sobre un pasillo mejor iluminado. Un escuadrón de barbudos, de amplias frentes y escasas cabelleras, asumió su custodia. Mientras el taconeo de los milicianos aún resonaba sobre las pulcras dependencias, fue conducido con más respeto hacia el interior de una sala confortable.
- El informe psicológico está sobre su mesa, Señor.
- Llamen a los médicos y a los Psicólogos. Quiero una reunión en veinte minutos en la sala de conferencias.
- Sí, señor.
Media hora después terminaba de llegar el último psicólogo. Los médicos ya tenían sus proyecciones en el panel de exhibiciones.
- Doctor Amnis, nos honra con su presencia.
- Lo lamento, señor...
-¿Lamenta que nos honre su presencia? ¿Puedo considerar eso como un insulto?
- No, señor, por favor...
-¿Entonces es usted quien se insulta?
- No señor, tuve que rever mi grabación.
El coronel hizo un gesto al médico y fijó su mirada en el recién llegado.
- ¿Grabaciones de qué? Se supone que debe estar trabajando en este anormal y no estar viendo grabaciones de ningún tipo o ¿Usted realizó grabaciones de vídeo de esta sección?
- No, señor. No tengo autorización para realizarlas. Pero tengo grabaciones sonoras. Usted sabe...
- Grabaciones que no pueden ser vistas sino oídas.
Una suerte de risa burlona recorrió la sala. Los interlocutores por su parte mantuvieron silencio.
- Debo insistir en que me permita explicarle algo...
- Si es “la razón por la cual nuestro sujeto no responde a las estimulaciones subliminales” pues bien, nuestra audición queda a su disposición.
- No exactamente.
- ¡¿Entonces por que se obstina en perturbar?!
- He visto lo que el sujeto ignora.
Todos los presentes se inclinaron a escuchar al doctor Amnis.
- Y eso es...
- Todo lo que el mensaje subliminal nos obliga a ver.
- Ignora el mensaje. Eso es lo que hace. ¡Y eso es lo que sabemos! ¡¡¡Queremos el por qué de esa ignorancia!!!
- No, señor. No ignora el mensaje. He visto y luego, en la grabación, volví a escuchar que el sujeto no ignora el mensaje. Ese es el problema. El sujeto conoce el mensaje en su totalidad. Lo puede identificar. No importa la velocidad o la frecuencia en la cual se transmita el mensaje, el sujeto siempre lo percibe de forma consciente.
“Fíjese que muchas veces durante la conversación utilizó las muletillas de los mensajes subliminales más importantes que maneja la red estatal. He inclusive, identifica otra centena de los que son difundidos por las corporaciones privadas. Es más, creo que es capaz de identificar hasta los mensajes subliminales de los cuales somos víctimas.
- ¿Nosotros, víctimas?
- Bien, yo. No sé ustedes. Pero yo acepto la posibilidad de que, durante gran parte de mi vida, esté decidiendo en virtud de mensajes subliminales. De hecho no me crea grandes conflictos. Pero, a nuestro amigo, estos mensajes no lo condicionan. ¿Entienden? No es un defecto. Es un don...
- Y es su teoría.
- Puedo demostrarla si me dan tiempo y recursos.
- ¿Cómo cuales?
- A, bien... Me imaginé que lo preguntarían... Esta es la lista
Nuevamente, el zumbido tras el mismo espejo y, luego, el mismo rectángulo quebrando la armonía glacial del mundo refractario. Esta vez no se resistió. Temía por las próximas pruebas, pero sabía que no se librarían de él de forma instantánea. Este último pensamiento lo empapó en un sudor frío. Pensó que tal vez llegaba el momento de los test con electro shock. Seguramente llegaba la hora de ver a los psiquiatras. Tal vez probarían con barbitúricos. Quizás con agujas. Muchas cosas parecían casi virtuales, pero sus cuatro custodias eran reales. Sus pasos eran reales. Su severidad era tangible. El pasillo era tan concreto como la celda de espejos. Tras estos espejos seguro estaban los monitores. Tras los monitores deberían estar un grupo taciturno de científicos. Tal vez los mismos que estuvieron en esa larga sesión. Inclusive el tipo inquisitivo. Ese de la barba enrulada. Parecía que le quería arrancar el hígado... Quiso retroceder. Le empujaron. Nuevamente desenfundaron y retomó el paso normal.
Lo llevaron a una sala de espera. Como un consultorio médico. Inclusive había varios tipos sentados con caras algo indiferentes. Miró una revista, a la recepcionista detrás del mostrador. Luego la puerta se cerró a sus espaldas. La puerta era marrón. Los mensajes de las revista y de los cuadros, así como el que se dejaba escuchar, en medio de la música melódica que ambientaba el lugar, se referían a una puerta azul. Miró un poco tras el mostrador. Detrás de la recepcionista recién encontró la puerta azul. A la derecha de la puerta azul no había ninguna pared. Tampoco había sobre la puerta azul un letrero que dijese “Salida”.
Pasó por entre el espacio dejado por las sillas de los demás pacientes, y se aproximó a la recepcionista. Esta lo miró de reojo y le señaló la puerta azul. Él golpeó la puerta y algunas miradas se levantaron a contemplarlo. Esperó un rato y, como la respuesta fue nula, decidió pasar por el espacio que estaba al costado derecho de la puerta azul... entonces brotó la histeria.
Se dio vuelta, y contempló como inclusive la recepcionista se agarraba de los pelos. Un par de jóvenes intentaron repetir su movimiento y no pudieron. Golpearon la pared una y otra vez. Mejor dicho, golpearon el aire como si allí hubiese una pared. Cuando intentaron abrir la puerta, el dio una carcajada leve e irónica. El mensaje también les decía que la puerta estaba trancada.
De entre las sombras, detrás del espacio por el cual había salido, otro grupo de milicianos. Fue nuevamente escoltado hasta el mismo pasillo donde se hallaba su celda.
- No, no lo lleven a su celda.
- Lo lamento doctor Amnis, son ordenes del Coronel.
- Pero si la experiencia fue exitosa.
- Lo sigue considerando peligroso. Dice que continúa siendo una anormalidad y que el problema será ahora de los psiquiatras.
- ¿Es por si existen otras paredes falsas, de las cuales no somos consientes? ¿Es por eso, Coronel? - Dijo Amnis levantando su vista hacia los monitores
- A mi oficina doctor Amnis - La orden se extendió desde las paredes.
El prisionero arqueó las cejas y se encogió de hombros. El psicólogo corrió como una bestia hacia la oficina del coronel.
- Señor me niego a continuar tomando parte en este crimen. Se trata de un prodigio.
- Se trata de un hombre cuya conducta es indeterminable.
- Es un sujeto libre.
- Esos sujetos libres hundieron a la humanidad en la barbarie, de la cual la estamos sacando con muchísimos esfuerzos.
- Esas es la doctrina del gobierno. Pero yo creo...
- Usted no tiene por que creer. Es un psicólogo del estado. Tiene la obligación de saber y de informar cuanto descubra que ignoremos y en lo que a este tema se refiere ha hecho un buen trabajo. Conténtese con no recibir sanción alguna.
- ¿No quiere escuchar lo que este hombre tiene que revelarle?
- ¿Sobre que?
- Sobre aquello que solamente existe en nuestras mentes gracias a los mensajes subliminales. Piense en cuantas paredes falsas, como la que creamos en esa sala, deben existir en este mundo. Piense en la cantidad de cosas y productos que ni siquiera consumimos.
- Es probable que este hombre me revele, inclusive, que los manjares que como y de lo que bebo ni siquiera existen. Y que sacio mi hambre gracias a la ficción inducida a mis sentidos. ¿Le parece a usted que tal conocimiento me sería grato o útil?.
- Sí, señor.
Un timbre y luego un gesto severo a los guardias que ingresaron a la oficina
- Retiren al doctor de las instalaciones. Será pasado a otra planta en cuanto consiga comunicarme con mis superiores.
- Señor...
-¡¡¡ RETÍRENLO !!!
En la sala de monitores los cuatro observadores se detuvieron frente a las pantallas cinco y siete. Era la hora de recambio y los que ingresaban recibían el resumen de las grabaciones hechas por quieres se retiraban.
- Esto no está bien.
- Si nos escuchan recibiremos el mismo trato que Amnis.
- Lo que has dicho en voz alta hace que tengamos que precipitarnos. Si hay alguien vigilándonos la información ya debe estar llegando a nuestros superiores.
- Yo quiero saber lo que él puede ver distinto a lo que nosotros vemos.
- Yo también.
Los otros dos observadores también consintieron y al mismo tiempo se reubicaron sobre los paneles de control.
- ¡El coronel ordena la presentación de todos los efectivos en la sala de conferencia en menos 15 y contando!
- ¡Sin excepciones! ¡Prioridad uno!
La orden fue transmitida en todas las instalaciones. Inclusive los efectivos puestos frente a la celda principal se vieron obligados a obedecer.
Las compuertas fueron cerradas, de tal modo que tan sólo quedo la vía liberada desde la sala de observaciones hasta la celda espejada. Pero el coronel también escuchó el mensaje.
- Demonios. Yo no dije nada.
Los milicianos más próximos al coronel formaron un pelotón y corrieron tras él por entre los pasillos que llevaban a la sala de observación.
Los códigos de las compuertas fueron digitados y estas fueron abiertas.
El cuarteto despavorido comenzó a improvisar sobre los comandos. Un zumbido surgió desde atrás del espejo que el prisionero ya había individualizado como puerta. La misma franja negra reemplazó a los mismos reflejos pero esta vez no ingresó ningún miliciano para arrastrarlo hacia ningún laboratorio. El tiempo pasó en medio de numerosas sirenas y un sonido cada vez más intenso de los borceguíes latiendo en algún remoto punto del edificio. El pelotón marchaba de forma audible hacia la puerta de acceso de la celda.
De hecho, la marcha del coronel se había dirigido al punto intermedio entre la celda y la cabina de observación. Había seleccionado un grupo de soldados para que luego se quedasen a vigilar al prisionero. Jaime abandonó su celda hexagonal y se encontró con el pasillo truncado por las compuertas. Una serie de códigos y una de las compuertas se abrió. Las luces se encendieron y las sirenas también. El pánico ahogó los movimientos de Jaime hasta que éste descubrió el mismo mensaje que antes había percibido en las transmisiones de los discursos presidenciales. El sistema más complejo y fascinante de mensajes subliminales le dio la certeza de que estaba frente a su salvación.
- ¡Sí, señor! - gritaron al unísono seis milicianos y se lanzaron ordenadamente, en dos filas de a tres, en dirección a Jaime; quien corrió en dirección a ellos y se arrojó por el espacio que dejaban entre sus filas. Fue detenido por la masa compacta que venía atrás de ellos. Pero estos soldados habían devenido en estatuas insensibles luego de que el había cruzado, cual espectro, por entre la furiosa figura del coronel. El impase se extendió hasta el expectante cuarteto que había originado el conflicto. Solamente uno de los soldados atinó a capturar a Jaime pero, más que nada, había intentado comprobar que aquel hombre que había detenido existía de verdad. Ninguno de los presentes estaba preparado para el fenómeno. El coronel llegó a gesticular una serie de órdenes, e inclusive golpeó el rostro de uno de sus hombres. Jaime solamente pudo ver a un soldado dar un cabeceo en el aire, y luego vio como brotaba sangre desde una de las comisuras de la boca de éste. Se arrojó frente al soldado y caminó delante de él una y otra vez... Sin saberlo con precisión, estaba traspasando una y otra vez al coronel D´Lahar. Ante los demás ojos, era un fenómeno casi fantasmagórico.
Para los observadores que habían presenciado la totalidad de los experimentos y el desarrollo de la investigación, esto era la revelación decisiva. Liberaron el gas somnífero a lo largo de todo el pasillo y vistieron sus máscaras. Descendieron hacia el pasillo y de entre los cuerpos tumbados sacaron a Jaime. Podría decirse que vieron al coronel D´Lahar desenfundar y apuntarles con su arma reglamentaria. Podría decirse también que vieron como este les disparaba. Pero es mejor afirmar que no creyeron en sus sentidos, ni en sus heridas y ni siquiera creyeron que, a poco más de unos pasos, existía una compuerta, o una pared, o siquiera cercos, o alambrados que les impidiesen salir de las instalaciones militares llevándose a cuesta su Mesías.
Abraham David Zaracho Ávalos
ADZA 2003
Publicado en el libro “Especial Philip K. Dick” de la Colección Libro Andrómeda por Asociación Cultural Mundo Imaginario, Mataró, España
Los ojos cansados de los observadores lo vieron acercarse a la puerta del negocio, pasar frente a la promotora, recibir el panfleto, bosquejar una sonrisa, deslizar la mirada sobre el escote de la muchacha y proseguir por la calle como si el producto inducido jamás hubiese figurado en su mente y ni siquiera dentro del panfleto.
- Es inútil señor.
- Ya van más de cuatro años.
Comentaron los observadores, y los técnicos de apoyo giraron hacia la figura que reposaba tras las sombras del cubículo superior en la sala de investigaciones.
- Confirmen la detención. Creo que ya es hora que veamos cual es la raíz de su problema.
En poco más de diez minutos un vehículo de recolección lo interceptó antes de que lograse cruzar la avenida. Estuvo desprevenido, como toda su vida. La maniobra del chofer lo asustó. El gas que le arrojaron lo desvaneció.
La celda que se le asignó estaba tapizada de espejos. Allí se despertaron al unísono sus infinitas imágenes como en una caja de clonación gráfica.
- Hemos hecho los estudios preliminares. Los electroencefalogramas denuncian una actividad levemente irregular. Pero nada que sea determinante.
El psiquiatra guarda silencio.
El oficial superior se acercó al monitor número ocho.
- Veo que despierta. ¿Tienen listo el gabinete psicológico?
- Sí, señor.
- Llámenme cuando los doctores puedan hacer un primer informe de la situación.
Uno de los espejos emitió un fino silbido. Partes del infinito, que esta pared reflejaba, fueron remplazados por un oscuro rectángulo vertical del cual se desprendieron un par de siluetas marciales. Esta vez su desesperación fue notoria. El pánico había hecho mella en su ignorancia. Lo levantaron por los brazos y lo arrastraron hasta el pasillo. Cuando su resistencia canso a los guardias, apoyaron sus armas sobre sus costillas y él se resignó a caminar escoltado hasta una sección dos pisos por debajo de donde lo habían alojado. Salió, con la misma compañía tétrica, sobre un pasillo mejor iluminado. Un escuadrón de barbudos, de amplias frentes y escasas cabelleras, asumió su custodia. Mientras el taconeo de los milicianos aún resonaba sobre las pulcras dependencias, fue conducido con más respeto hacia el interior de una sala confortable.
- El informe psicológico está sobre su mesa, Señor.
- Llamen a los médicos y a los Psicólogos. Quiero una reunión en veinte minutos en la sala de conferencias.
- Sí, señor.
Media hora después terminaba de llegar el último psicólogo. Los médicos ya tenían sus proyecciones en el panel de exhibiciones.
- Doctor Amnis, nos honra con su presencia.
- Lo lamento, señor...
-¿Lamenta que nos honre su presencia? ¿Puedo considerar eso como un insulto?
- No, señor, por favor...
-¿Entonces es usted quien se insulta?
- No señor, tuve que rever mi grabación.
El coronel hizo un gesto al médico y fijó su mirada en el recién llegado.
- ¿Grabaciones de qué? Se supone que debe estar trabajando en este anormal y no estar viendo grabaciones de ningún tipo o ¿Usted realizó grabaciones de vídeo de esta sección?
- No, señor. No tengo autorización para realizarlas. Pero tengo grabaciones sonoras. Usted sabe...
- Grabaciones que no pueden ser vistas sino oídas.
Una suerte de risa burlona recorrió la sala. Los interlocutores por su parte mantuvieron silencio.
- Debo insistir en que me permita explicarle algo...
- Si es “la razón por la cual nuestro sujeto no responde a las estimulaciones subliminales” pues bien, nuestra audición queda a su disposición.
- No exactamente.
- ¡¿Entonces por que se obstina en perturbar?!
- He visto lo que el sujeto ignora.
Todos los presentes se inclinaron a escuchar al doctor Amnis.
- Y eso es...
- Todo lo que el mensaje subliminal nos obliga a ver.
- Ignora el mensaje. Eso es lo que hace. ¡Y eso es lo que sabemos! ¡¡¡Queremos el por qué de esa ignorancia!!!
- No, señor. No ignora el mensaje. He visto y luego, en la grabación, volví a escuchar que el sujeto no ignora el mensaje. Ese es el problema. El sujeto conoce el mensaje en su totalidad. Lo puede identificar. No importa la velocidad o la frecuencia en la cual se transmita el mensaje, el sujeto siempre lo percibe de forma consciente.
“Fíjese que muchas veces durante la conversación utilizó las muletillas de los mensajes subliminales más importantes que maneja la red estatal. He inclusive, identifica otra centena de los que son difundidos por las corporaciones privadas. Es más, creo que es capaz de identificar hasta los mensajes subliminales de los cuales somos víctimas.
- ¿Nosotros, víctimas?
- Bien, yo. No sé ustedes. Pero yo acepto la posibilidad de que, durante gran parte de mi vida, esté decidiendo en virtud de mensajes subliminales. De hecho no me crea grandes conflictos. Pero, a nuestro amigo, estos mensajes no lo condicionan. ¿Entienden? No es un defecto. Es un don...
- Y es su teoría.
- Puedo demostrarla si me dan tiempo y recursos.
- ¿Cómo cuales?
- A, bien... Me imaginé que lo preguntarían... Esta es la lista
Nuevamente, el zumbido tras el mismo espejo y, luego, el mismo rectángulo quebrando la armonía glacial del mundo refractario. Esta vez no se resistió. Temía por las próximas pruebas, pero sabía que no se librarían de él de forma instantánea. Este último pensamiento lo empapó en un sudor frío. Pensó que tal vez llegaba el momento de los test con electro shock. Seguramente llegaba la hora de ver a los psiquiatras. Tal vez probarían con barbitúricos. Quizás con agujas. Muchas cosas parecían casi virtuales, pero sus cuatro custodias eran reales. Sus pasos eran reales. Su severidad era tangible. El pasillo era tan concreto como la celda de espejos. Tras estos espejos seguro estaban los monitores. Tras los monitores deberían estar un grupo taciturno de científicos. Tal vez los mismos que estuvieron en esa larga sesión. Inclusive el tipo inquisitivo. Ese de la barba enrulada. Parecía que le quería arrancar el hígado... Quiso retroceder. Le empujaron. Nuevamente desenfundaron y retomó el paso normal.
Lo llevaron a una sala de espera. Como un consultorio médico. Inclusive había varios tipos sentados con caras algo indiferentes. Miró una revista, a la recepcionista detrás del mostrador. Luego la puerta se cerró a sus espaldas. La puerta era marrón. Los mensajes de las revista y de los cuadros, así como el que se dejaba escuchar, en medio de la música melódica que ambientaba el lugar, se referían a una puerta azul. Miró un poco tras el mostrador. Detrás de la recepcionista recién encontró la puerta azul. A la derecha de la puerta azul no había ninguna pared. Tampoco había sobre la puerta azul un letrero que dijese “Salida”.
Pasó por entre el espacio dejado por las sillas de los demás pacientes, y se aproximó a la recepcionista. Esta lo miró de reojo y le señaló la puerta azul. Él golpeó la puerta y algunas miradas se levantaron a contemplarlo. Esperó un rato y, como la respuesta fue nula, decidió pasar por el espacio que estaba al costado derecho de la puerta azul... entonces brotó la histeria.
Se dio vuelta, y contempló como inclusive la recepcionista se agarraba de los pelos. Un par de jóvenes intentaron repetir su movimiento y no pudieron. Golpearon la pared una y otra vez. Mejor dicho, golpearon el aire como si allí hubiese una pared. Cuando intentaron abrir la puerta, el dio una carcajada leve e irónica. El mensaje también les decía que la puerta estaba trancada.
De entre las sombras, detrás del espacio por el cual había salido, otro grupo de milicianos. Fue nuevamente escoltado hasta el mismo pasillo donde se hallaba su celda.
- No, no lo lleven a su celda.
- Lo lamento doctor Amnis, son ordenes del Coronel.
- Pero si la experiencia fue exitosa.
- Lo sigue considerando peligroso. Dice que continúa siendo una anormalidad y que el problema será ahora de los psiquiatras.
- ¿Es por si existen otras paredes falsas, de las cuales no somos consientes? ¿Es por eso, Coronel? - Dijo Amnis levantando su vista hacia los monitores
- A mi oficina doctor Amnis - La orden se extendió desde las paredes.
El prisionero arqueó las cejas y se encogió de hombros. El psicólogo corrió como una bestia hacia la oficina del coronel.
- Señor me niego a continuar tomando parte en este crimen. Se trata de un prodigio.
- Se trata de un hombre cuya conducta es indeterminable.
- Es un sujeto libre.
- Esos sujetos libres hundieron a la humanidad en la barbarie, de la cual la estamos sacando con muchísimos esfuerzos.
- Esas es la doctrina del gobierno. Pero yo creo...
- Usted no tiene por que creer. Es un psicólogo del estado. Tiene la obligación de saber y de informar cuanto descubra que ignoremos y en lo que a este tema se refiere ha hecho un buen trabajo. Conténtese con no recibir sanción alguna.
- ¿No quiere escuchar lo que este hombre tiene que revelarle?
- ¿Sobre que?
- Sobre aquello que solamente existe en nuestras mentes gracias a los mensajes subliminales. Piense en cuantas paredes falsas, como la que creamos en esa sala, deben existir en este mundo. Piense en la cantidad de cosas y productos que ni siquiera consumimos.
- Es probable que este hombre me revele, inclusive, que los manjares que como y de lo que bebo ni siquiera existen. Y que sacio mi hambre gracias a la ficción inducida a mis sentidos. ¿Le parece a usted que tal conocimiento me sería grato o útil?.
- Sí, señor.
Un timbre y luego un gesto severo a los guardias que ingresaron a la oficina
- Retiren al doctor de las instalaciones. Será pasado a otra planta en cuanto consiga comunicarme con mis superiores.
- Señor...
-¡¡¡ RETÍRENLO !!!
En la sala de monitores los cuatro observadores se detuvieron frente a las pantallas cinco y siete. Era la hora de recambio y los que ingresaban recibían el resumen de las grabaciones hechas por quieres se retiraban.
- Esto no está bien.
- Si nos escuchan recibiremos el mismo trato que Amnis.
- Lo que has dicho en voz alta hace que tengamos que precipitarnos. Si hay alguien vigilándonos la información ya debe estar llegando a nuestros superiores.
- Yo quiero saber lo que él puede ver distinto a lo que nosotros vemos.
- Yo también.
Los otros dos observadores también consintieron y al mismo tiempo se reubicaron sobre los paneles de control.
- ¡El coronel ordena la presentación de todos los efectivos en la sala de conferencia en menos 15 y contando!
- ¡Sin excepciones! ¡Prioridad uno!
La orden fue transmitida en todas las instalaciones. Inclusive los efectivos puestos frente a la celda principal se vieron obligados a obedecer.
Las compuertas fueron cerradas, de tal modo que tan sólo quedo la vía liberada desde la sala de observaciones hasta la celda espejada. Pero el coronel también escuchó el mensaje.
- Demonios. Yo no dije nada.
Los milicianos más próximos al coronel formaron un pelotón y corrieron tras él por entre los pasillos que llevaban a la sala de observación.
Los códigos de las compuertas fueron digitados y estas fueron abiertas.
El cuarteto despavorido comenzó a improvisar sobre los comandos. Un zumbido surgió desde atrás del espejo que el prisionero ya había individualizado como puerta. La misma franja negra reemplazó a los mismos reflejos pero esta vez no ingresó ningún miliciano para arrastrarlo hacia ningún laboratorio. El tiempo pasó en medio de numerosas sirenas y un sonido cada vez más intenso de los borceguíes latiendo en algún remoto punto del edificio. El pelotón marchaba de forma audible hacia la puerta de acceso de la celda.
De hecho, la marcha del coronel se había dirigido al punto intermedio entre la celda y la cabina de observación. Había seleccionado un grupo de soldados para que luego se quedasen a vigilar al prisionero. Jaime abandonó su celda hexagonal y se encontró con el pasillo truncado por las compuertas. Una serie de códigos y una de las compuertas se abrió. Las luces se encendieron y las sirenas también. El pánico ahogó los movimientos de Jaime hasta que éste descubrió el mismo mensaje que antes había percibido en las transmisiones de los discursos presidenciales. El sistema más complejo y fascinante de mensajes subliminales le dio la certeza de que estaba frente a su salvación.
- ¡Sí, señor! - gritaron al unísono seis milicianos y se lanzaron ordenadamente, en dos filas de a tres, en dirección a Jaime; quien corrió en dirección a ellos y se arrojó por el espacio que dejaban entre sus filas. Fue detenido por la masa compacta que venía atrás de ellos. Pero estos soldados habían devenido en estatuas insensibles luego de que el había cruzado, cual espectro, por entre la furiosa figura del coronel. El impase se extendió hasta el expectante cuarteto que había originado el conflicto. Solamente uno de los soldados atinó a capturar a Jaime pero, más que nada, había intentado comprobar que aquel hombre que había detenido existía de verdad. Ninguno de los presentes estaba preparado para el fenómeno. El coronel llegó a gesticular una serie de órdenes, e inclusive golpeó el rostro de uno de sus hombres. Jaime solamente pudo ver a un soldado dar un cabeceo en el aire, y luego vio como brotaba sangre desde una de las comisuras de la boca de éste. Se arrojó frente al soldado y caminó delante de él una y otra vez... Sin saberlo con precisión, estaba traspasando una y otra vez al coronel D´Lahar. Ante los demás ojos, era un fenómeno casi fantasmagórico.
Para los observadores que habían presenciado la totalidad de los experimentos y el desarrollo de la investigación, esto era la revelación decisiva. Liberaron el gas somnífero a lo largo de todo el pasillo y vistieron sus máscaras. Descendieron hacia el pasillo y de entre los cuerpos tumbados sacaron a Jaime. Podría decirse que vieron al coronel D´Lahar desenfundar y apuntarles con su arma reglamentaria. Podría decirse también que vieron como este les disparaba. Pero es mejor afirmar que no creyeron en sus sentidos, ni en sus heridas y ni siquiera creyeron que, a poco más de unos pasos, existía una compuerta, o una pared, o siquiera cercos, o alambrados que les impidiesen salir de las instalaciones militares llevándose a cuesta su Mesías.
Abraham David Zaracho Ávalos
ADZA 2003
Publicado en el libro “Especial Philip K. Dick” de la Colección Libro Andrómeda por Asociación Cultural Mundo Imaginario, Mataró, España
pérdidas-sainar
PÉRDIDAS
De SAINAR
¿Te acordás, Gregorio, de cuando nuestras risas recorrían los aires y se colgaban y se balanceaban en las ramas de las plantas de algodón? Trabajábamos duro y parejo en todo tipo de plantaciones; teníamos una bicicleta cada uno y muchos caminos por recorrer. Yo tenía un radiograbadorcito Ultrasonix de cuatro pilas medianas y un cassette de Los Reales del Valle; una bolita de color azul casi transparente que un día encontré en la calle donde creía que estaba encerrado Dios y el universo cuando lo miraba contra la luz del sol ¡Qué loco, ¿no?! Andaba horas enteras casi ciego porque mis ojos no veían más que las huellas chispeantes de la incandescencia.
¿Te acordás de que me discutías que Dios no estaba allí dentro, sino que nosotros y la bolita estábamos dentro de Dios; pero que quizá Dios se repetía dentro de la bolita y dentro de esa bolita y Dios habían otros nosotros mirando otras bolitas que contenían el Universo? ¡Éramos tan felices incluso discutiendo sobre esas zonceras!
Dios te guarde en su reino, amigo mío.
¿Te acordás de que solíamos reunirnos con Víctor, Olimar, Paco y Fabián los domingos en mi casa para jugar? Mi casa tenía un patio grande, dos plantas de catalpas y una de guayaibí que nos hacían sombra muy fresca.
El juego con las canicas (nosotros siempre dijimos bolitas, así que voy a respetar eso al pie de la letra) consistía en hacer una raya y, a unos metros de distancia, un hoyo pequeño. Desde el punto del hoyo arrojábamos cada uno nuestra bolita y, el que se aproximaba más a la raya, sin bandearse, tenía el derecho de arrojar primero su “punto” buscando el hoyo para luego poder “matar” a los demás puntos. Las reglas eran muchas y distintas. Una de las tantas que empleábamos era que el que “picaba” a otro tenía el derecho de tirar primero y, el que fuera “picado”, último (Yo siempre creí que era mejor tirar último, así podía picar a algunos de los que ya habían tirado, luego solamente hacer hoyo y “punto” liquidado; pero el gozo del juego comenzaba con el tema de la aproximación a la raya y en eso de arrojar primero).
El tiro al hoyo no es tan fácil como se pueda creer pues casi siempre se le erra. Pero hay que tratar de hacerlo para poder seguir adelante con el juego y poder alcanzar la meta: “matar” los “puntos” de los rivales y llevarse el gozo de la victoria.
Pensar que ayer nomás jugábamos sin imaginar este presente.
Yo no era bueno en el juego de las bolitas. Siempre me bandeaba la raya o me quedaba lejos de ella, eso siempre y cuando no fuera “picado” por otros que tenían muy en claro el tema de cachar el punto. ¿Te acordás que Fabián tenía una bolita de acero que hacía estragos con las nuestras, que las partía por el medio cada dos por tres? Yo siempre terminaba perdiendo todas las bolitas que compraba para ese día de juego, excepto la bolita azul, casi transparente, que contenía el universo. Fabián se iba siempre con los bolsillos llenos; él, gracias a su puntería, casi nunca tuvo la necesidad de comprarse bolitas. Tenía de todos los colores y tipos: bolitas paraguayas; de mármol; de cristal de un solo color; de todos los colores, de acero...
Los domingos, las bolitas; más tarde, el fútbol, donde la estrella era Víctor que tenía una habilidad maradoniana para ese juego. Claro que era un poco fulero el muchacho, pero era muy bueno jugando. ¡Ah!, muy al pasar te cuento que Víctor sigue siendo el mismo tipo jodido de antes. Hace un par de meses lo encontré por las calles del centro y se mandó una de cowboy conmigo.
Pensar que ayer nomás teníamos planeado reunir a todos nuestros amigos de la infancia para comer un asado, tomar unos tragos de vino y recordar viejas épocas... la mocedad perdida.
Y con el tiempo yo fui mejorando mi juego y si no hacía raya, lo menos que hacía era ganarme el lugar para tirar primero. Al hoyo comencé a embocarlo casi siempre en el primer tiro.
Y me fui haciendo bueno y mis bolsillos comenzaron a llenarse de bolitas que ganaba en los partidos. Pero... pero justo cuando aprendía a medir con precisión mecánica mis movimientos y a dominar el tema del juego, la bolita azul se me perdió y me vi enfrentando la vida con la realidad de la tierra. Ya no más bolitas para mí; creo que para ustedes tampoco, pues de pronto nos vimos preocupados y ocupados del mundo y, por el cansancio acumulado en la semana en distintos quehaceres, no nos quedó otra cosa que la lectura de algunas revistas de historietas como El Tony, con alguno que otro capítulo de Mark, la esperanza humana que luchaba contra Beast, el mutante, que con sus hordas de asesinos quería acabar con la raza humana. Nippur Magnum, por supuesto con el errante Nippur de Lagash que llevaba la justicia para los villanos en la punta de su espada, y para los tontos, en la punta de los pies.
Y también pensábamos escuchar música de Los Reales del Valle todo ese día, pues yo aún conservo la colección completa de sus discografías. ¿Sabés una cosa? Te confieso que yo... yo jamás me deshice ni me desharé de ninguno de mis cassettes. Pienso que no me gustaría olvidar quién he sido, quién soy y quizá quién llegue a ser. No me desharé de ellos porque me acompañaron durante mi infancia y mi adolescencia, y porque ellos marcaron mi vida, son parte de mis raíces, son mi esencia, mi razón de ser. Todos ellos son pedacitos de mí que duermen en el pasado y sueñan en el presente. No me desharé de ellos porque si de algo valió el existir es saber que pude apreciar la música y, si alguna vez por esas cosas de la vida ya no pudiera escuchar nada más, no me importaría. He sido feliz. Tuve amores; tuve un par de amigos de fierro y escuché bajo el cielo infinito Mi Primer Amor; Carmencita...
¡Qué cosa la vida, ¿no?! Recuerdo con nitidez minuciosa aquel día en que nos dirigíamos al trabajo y faltando unos cien metros para llegar al portón de entrada jugamos a quién llegaba primero. Vos me habías sacado unos metros de ventaja y yo apreté el pedal y no dejé de hacerlo con todas mis fuerzas hasta alcanzarte. Vos hiciste una pausa pues habías comenzado a frenar ya que el portón estaba muy cercano. Yo seguí pedaleando duro para asegurarme la victoria y, cuando quise frenar, fue demasiado tarde: el rocío de la mañana había mojado las llantas de la bicicleta y los frenos no respondieron. El maldito portón no se quitó del camino y salí despedido hacia el otro lado. Por supuesto que traté de disimular el dolor del porrazo y rápidamente volví y levanté la bicicleta a la que le había quedado la rueda delantera junto a los pedales. Nunca me gustó perder a ningún tipo de juego; hoy me pregunto qué es ganar.
Eran otros tiempos aquellos. Y éramos tan felices a pesar de la pobreza de nuestra cuna. Éramos felices porque teníamos un amigo en quien confiar; un amigo con quien compartir las cosas grandes de los pequeños. Teníamos un cassette “Grandes Éxitos” de Los Reales del Valle que incluía el tema Te Traigo Estas Flores, al que pasábamos horas enteras escuchando ya que no teníamos ninguna otra cinta. Trabajábamos prácticamente para comprar pilas y poder escuchar nuestro cassette; y claro, también para comprarnos una que otra ropa de precio alcanzable a nuestro presupuesto. Y éramos pobres, sí, pero éramos felices con lo poco que teníamos.
Todavía no me puedo convencer de que ya no tengas que estar entre nosotros.
Y fuimos creciendo y llegaron los primeros amores. ¿Te acordás de Alicia, la “Cory”? ¡Qué loquitos nos tenía ¿eh?! Y la Angela... y la Lula... y la Neca... y la Choni... y la Ramona... y la Vicenta...
En el campo y en el pueblo todas eran la fulana, la mengana, la perengana. El modificador directo la era tan fuerte que algún bienhablado hubiese creído que hablábamos de personas ultrafamosas.
¡Qué adolescencia más linda fue la nuestra, ¿no, viejo?! Pero como te estaba diciendo, un día la bolita azul se me perdió y como en un conjuro nos volvimos a reunir y nos miramos y nos encontramos de repente con las cáscaras de nuestra inocencia. Dios se había perdido quién sabe adónde y ahora estábamos de cara a la realidad que nos exigía muchas responsabilidades y seriedad. Ya no más carreras en bicicleta, sino carrera montados en la incertidumbre, hacia la búsqueda de nuestra conformación. Ya no más bolitas , sino rodar nosotros mismos buscando acercarnos a la raya y ganar un puesto, una posición en el juego de la vida.
Y llegó el día en que nuestra amistad comenzó a transitar el vacío de la ausencia; ese vacío frío y triste del amigo que ya no está; ese vacío de encontrarnos solos ante la vida y el mundo sin la mano cálida y la risa alegre de con quien crecimos y compartimos nuestros sueños y nuestras fantasías. Llevó mucho tiempo superar el duelo (y no sé si realmente puedo hablar de superación), hasta acostumbrarme a ver mi cara en el espejo alucinante de la vacuidad. Yo me vine a buscar mi futuro en la ciudad y vos te quedaste a vivir en el pueblo con la que alguna vez fuera mi prometida. Está bien, viejo. Sin rencores. Por algo éramos amigos y lo seguiremos siendo: tuvimos siempre los mismos gustos. Además, ella me había confesado que si alguna vez llegara a terminar conmigo la relación, trataría de arreglarse con vos porque decía que vos eras un gran tipo.
Los amores van y vienen, sólo la amistad y los buenos amigos perduran. Esta frase me lo dijo Víctor, y creo que es lo único bueno que conservo de él.
¿Y qué querés que te diga, viejo? La felicidad es algo alcanzable cuando sabemos mirar con los ojos del alma. La felicidad, hermano mío, es un estado en el que sentís que no te falta nada. Que lo poco que podés tener te alcanza para compartir con las personas que amás y querés.
A vos te fue bien en la vida porque siempre fuiste un tipo trabajador. Y saliste adelante porque nunca le hiciste asco a la pala o a lo que fuere. Pero estamos en un país en donde ni bien empiezan que notar que progresás, que comenzaste a crecer, para también comenzar a correr serios peligros. En este país, hoy por hoy, no podés tener nada porque vienen como fieras a arrancártelos de cuajo. No hay seguridad, viejo. No. No hay justicia, no hay esto, no hay aquello... y así andamos. Yo hubiese reaccionado lo mismo que vos. Si entraran cuatro ladrones a asaltar mi negocio y pretendieran violar a mi hija y a mi mujer, yo, sin dudar, los mataría aunque se me fuera la vida en ese acto.
Te voy a extrañar mucho, amigo mío. Hoy es un día muy duro para mí. Me siento realmente acongojado y perdido.
Y así fue que un día nos vimos de repente de cara a la realidad y caminante, no hay camino, se hace camino al andar, cada uno por su lado salió a buscar el sendero de su felicidad
Ahora que llegamos al centro de la verdad, al pico más alto desde donde ya nada tiene importancia me gustaría confesarte algo: la bolita azul aquélla no se me había perdido; yo la había arrojado al río el mismo día en que mi viejo me dijo que yo era un pelotudo de mierda para andar mirando esa porquería y andar diciendo que Dios y el mundo estaba encerrado en ella. Me dijo un montón de barbaridades que me lastimaron mucho y lloré en la baranda del puente toda esa tarde en que me despedí de Dios y le pedí perdón por ahogarlo. Creo que ese día perdí mi inocencia. Creo que a partir de ahí comenzó mi peregrinación a ninguna parte; a partir de ahí comencé a sentirme subyugado y comencé mi búsqueda de la felicidad palpando todo lugar.
Donde que quieres que estés, Gregorio, hermano de mi alma, descansa en paz.
Recuerdo vívidamente la mañana en que nos despedimos y yo tomaba el colectivo rumbo a la ciudad. Nos bastó mirarnos para saber que estábamos invadidos de una profunda pena; que nuestros pechos estaban destrozados por el desapego, el desarraigo, la conciencia de la pérdida de nuestra infancia y adolescencia. No fueron necesarias las palabras, los ojos enrojecidos lo decían todo. Había un grito a punto de desbordarse y había un nudo que hacía de dique en nuestras gargantas.
Y la felicidad, ahora que lo pienso, no está en abandonar nuestras cosas, nuestros afectos y salir al mundo a cosechar dinero y darnos gustos y comodidades. Que al fin y al cabo la felicidad consiste en tener un amigo; una bolita que encierra a Dios y al universo; un radiograbadorcito Ultrasonix; una bicicleta vieja y un cassette de Los Reales del Valle.
De SAINAR
¿Te acordás, Gregorio, de cuando nuestras risas recorrían los aires y se colgaban y se balanceaban en las ramas de las plantas de algodón? Trabajábamos duro y parejo en todo tipo de plantaciones; teníamos una bicicleta cada uno y muchos caminos por recorrer. Yo tenía un radiograbadorcito Ultrasonix de cuatro pilas medianas y un cassette de Los Reales del Valle; una bolita de color azul casi transparente que un día encontré en la calle donde creía que estaba encerrado Dios y el universo cuando lo miraba contra la luz del sol ¡Qué loco, ¿no?! Andaba horas enteras casi ciego porque mis ojos no veían más que las huellas chispeantes de la incandescencia.
¿Te acordás de que me discutías que Dios no estaba allí dentro, sino que nosotros y la bolita estábamos dentro de Dios; pero que quizá Dios se repetía dentro de la bolita y dentro de esa bolita y Dios habían otros nosotros mirando otras bolitas que contenían el Universo? ¡Éramos tan felices incluso discutiendo sobre esas zonceras!
Dios te guarde en su reino, amigo mío.
¿Te acordás de que solíamos reunirnos con Víctor, Olimar, Paco y Fabián los domingos en mi casa para jugar? Mi casa tenía un patio grande, dos plantas de catalpas y una de guayaibí que nos hacían sombra muy fresca.
El juego con las canicas (nosotros siempre dijimos bolitas, así que voy a respetar eso al pie de la letra) consistía en hacer una raya y, a unos metros de distancia, un hoyo pequeño. Desde el punto del hoyo arrojábamos cada uno nuestra bolita y, el que se aproximaba más a la raya, sin bandearse, tenía el derecho de arrojar primero su “punto” buscando el hoyo para luego poder “matar” a los demás puntos. Las reglas eran muchas y distintas. Una de las tantas que empleábamos era que el que “picaba” a otro tenía el derecho de tirar primero y, el que fuera “picado”, último (Yo siempre creí que era mejor tirar último, así podía picar a algunos de los que ya habían tirado, luego solamente hacer hoyo y “punto” liquidado; pero el gozo del juego comenzaba con el tema de la aproximación a la raya y en eso de arrojar primero).
El tiro al hoyo no es tan fácil como se pueda creer pues casi siempre se le erra. Pero hay que tratar de hacerlo para poder seguir adelante con el juego y poder alcanzar la meta: “matar” los “puntos” de los rivales y llevarse el gozo de la victoria.
Pensar que ayer nomás jugábamos sin imaginar este presente.
Yo no era bueno en el juego de las bolitas. Siempre me bandeaba la raya o me quedaba lejos de ella, eso siempre y cuando no fuera “picado” por otros que tenían muy en claro el tema de cachar el punto. ¿Te acordás que Fabián tenía una bolita de acero que hacía estragos con las nuestras, que las partía por el medio cada dos por tres? Yo siempre terminaba perdiendo todas las bolitas que compraba para ese día de juego, excepto la bolita azul, casi transparente, que contenía el universo. Fabián se iba siempre con los bolsillos llenos; él, gracias a su puntería, casi nunca tuvo la necesidad de comprarse bolitas. Tenía de todos los colores y tipos: bolitas paraguayas; de mármol; de cristal de un solo color; de todos los colores, de acero...
Los domingos, las bolitas; más tarde, el fútbol, donde la estrella era Víctor que tenía una habilidad maradoniana para ese juego. Claro que era un poco fulero el muchacho, pero era muy bueno jugando. ¡Ah!, muy al pasar te cuento que Víctor sigue siendo el mismo tipo jodido de antes. Hace un par de meses lo encontré por las calles del centro y se mandó una de cowboy conmigo.
Pensar que ayer nomás teníamos planeado reunir a todos nuestros amigos de la infancia para comer un asado, tomar unos tragos de vino y recordar viejas épocas... la mocedad perdida.
Y con el tiempo yo fui mejorando mi juego y si no hacía raya, lo menos que hacía era ganarme el lugar para tirar primero. Al hoyo comencé a embocarlo casi siempre en el primer tiro.
Y me fui haciendo bueno y mis bolsillos comenzaron a llenarse de bolitas que ganaba en los partidos. Pero... pero justo cuando aprendía a medir con precisión mecánica mis movimientos y a dominar el tema del juego, la bolita azul se me perdió y me vi enfrentando la vida con la realidad de la tierra. Ya no más bolitas para mí; creo que para ustedes tampoco, pues de pronto nos vimos preocupados y ocupados del mundo y, por el cansancio acumulado en la semana en distintos quehaceres, no nos quedó otra cosa que la lectura de algunas revistas de historietas como El Tony, con alguno que otro capítulo de Mark, la esperanza humana que luchaba contra Beast, el mutante, que con sus hordas de asesinos quería acabar con la raza humana. Nippur Magnum, por supuesto con el errante Nippur de Lagash que llevaba la justicia para los villanos en la punta de su espada, y para los tontos, en la punta de los pies.
Y también pensábamos escuchar música de Los Reales del Valle todo ese día, pues yo aún conservo la colección completa de sus discografías. ¿Sabés una cosa? Te confieso que yo... yo jamás me deshice ni me desharé de ninguno de mis cassettes. Pienso que no me gustaría olvidar quién he sido, quién soy y quizá quién llegue a ser. No me desharé de ellos porque me acompañaron durante mi infancia y mi adolescencia, y porque ellos marcaron mi vida, son parte de mis raíces, son mi esencia, mi razón de ser. Todos ellos son pedacitos de mí que duermen en el pasado y sueñan en el presente. No me desharé de ellos porque si de algo valió el existir es saber que pude apreciar la música y, si alguna vez por esas cosas de la vida ya no pudiera escuchar nada más, no me importaría. He sido feliz. Tuve amores; tuve un par de amigos de fierro y escuché bajo el cielo infinito Mi Primer Amor; Carmencita...
¡Qué cosa la vida, ¿no?! Recuerdo con nitidez minuciosa aquel día en que nos dirigíamos al trabajo y faltando unos cien metros para llegar al portón de entrada jugamos a quién llegaba primero. Vos me habías sacado unos metros de ventaja y yo apreté el pedal y no dejé de hacerlo con todas mis fuerzas hasta alcanzarte. Vos hiciste una pausa pues habías comenzado a frenar ya que el portón estaba muy cercano. Yo seguí pedaleando duro para asegurarme la victoria y, cuando quise frenar, fue demasiado tarde: el rocío de la mañana había mojado las llantas de la bicicleta y los frenos no respondieron. El maldito portón no se quitó del camino y salí despedido hacia el otro lado. Por supuesto que traté de disimular el dolor del porrazo y rápidamente volví y levanté la bicicleta a la que le había quedado la rueda delantera junto a los pedales. Nunca me gustó perder a ningún tipo de juego; hoy me pregunto qué es ganar.
Eran otros tiempos aquellos. Y éramos tan felices a pesar de la pobreza de nuestra cuna. Éramos felices porque teníamos un amigo en quien confiar; un amigo con quien compartir las cosas grandes de los pequeños. Teníamos un cassette “Grandes Éxitos” de Los Reales del Valle que incluía el tema Te Traigo Estas Flores, al que pasábamos horas enteras escuchando ya que no teníamos ninguna otra cinta. Trabajábamos prácticamente para comprar pilas y poder escuchar nuestro cassette; y claro, también para comprarnos una que otra ropa de precio alcanzable a nuestro presupuesto. Y éramos pobres, sí, pero éramos felices con lo poco que teníamos.
Todavía no me puedo convencer de que ya no tengas que estar entre nosotros.
Y fuimos creciendo y llegaron los primeros amores. ¿Te acordás de Alicia, la “Cory”? ¡Qué loquitos nos tenía ¿eh?! Y la Angela... y la Lula... y la Neca... y la Choni... y la Ramona... y la Vicenta...
En el campo y en el pueblo todas eran la fulana, la mengana, la perengana. El modificador directo la era tan fuerte que algún bienhablado hubiese creído que hablábamos de personas ultrafamosas.
¡Qué adolescencia más linda fue la nuestra, ¿no, viejo?! Pero como te estaba diciendo, un día la bolita azul se me perdió y como en un conjuro nos volvimos a reunir y nos miramos y nos encontramos de repente con las cáscaras de nuestra inocencia. Dios se había perdido quién sabe adónde y ahora estábamos de cara a la realidad que nos exigía muchas responsabilidades y seriedad. Ya no más carreras en bicicleta, sino carrera montados en la incertidumbre, hacia la búsqueda de nuestra conformación. Ya no más bolitas , sino rodar nosotros mismos buscando acercarnos a la raya y ganar un puesto, una posición en el juego de la vida.
Y llegó el día en que nuestra amistad comenzó a transitar el vacío de la ausencia; ese vacío frío y triste del amigo que ya no está; ese vacío de encontrarnos solos ante la vida y el mundo sin la mano cálida y la risa alegre de con quien crecimos y compartimos nuestros sueños y nuestras fantasías. Llevó mucho tiempo superar el duelo (y no sé si realmente puedo hablar de superación), hasta acostumbrarme a ver mi cara en el espejo alucinante de la vacuidad. Yo me vine a buscar mi futuro en la ciudad y vos te quedaste a vivir en el pueblo con la que alguna vez fuera mi prometida. Está bien, viejo. Sin rencores. Por algo éramos amigos y lo seguiremos siendo: tuvimos siempre los mismos gustos. Además, ella me había confesado que si alguna vez llegara a terminar conmigo la relación, trataría de arreglarse con vos porque decía que vos eras un gran tipo.
Los amores van y vienen, sólo la amistad y los buenos amigos perduran. Esta frase me lo dijo Víctor, y creo que es lo único bueno que conservo de él.
¿Y qué querés que te diga, viejo? La felicidad es algo alcanzable cuando sabemos mirar con los ojos del alma. La felicidad, hermano mío, es un estado en el que sentís que no te falta nada. Que lo poco que podés tener te alcanza para compartir con las personas que amás y querés.
A vos te fue bien en la vida porque siempre fuiste un tipo trabajador. Y saliste adelante porque nunca le hiciste asco a la pala o a lo que fuere. Pero estamos en un país en donde ni bien empiezan que notar que progresás, que comenzaste a crecer, para también comenzar a correr serios peligros. En este país, hoy por hoy, no podés tener nada porque vienen como fieras a arrancártelos de cuajo. No hay seguridad, viejo. No. No hay justicia, no hay esto, no hay aquello... y así andamos. Yo hubiese reaccionado lo mismo que vos. Si entraran cuatro ladrones a asaltar mi negocio y pretendieran violar a mi hija y a mi mujer, yo, sin dudar, los mataría aunque se me fuera la vida en ese acto.
Te voy a extrañar mucho, amigo mío. Hoy es un día muy duro para mí. Me siento realmente acongojado y perdido.
Y así fue que un día nos vimos de repente de cara a la realidad y caminante, no hay camino, se hace camino al andar, cada uno por su lado salió a buscar el sendero de su felicidad
Ahora que llegamos al centro de la verdad, al pico más alto desde donde ya nada tiene importancia me gustaría confesarte algo: la bolita azul aquélla no se me había perdido; yo la había arrojado al río el mismo día en que mi viejo me dijo que yo era un pelotudo de mierda para andar mirando esa porquería y andar diciendo que Dios y el mundo estaba encerrado en ella. Me dijo un montón de barbaridades que me lastimaron mucho y lloré en la baranda del puente toda esa tarde en que me despedí de Dios y le pedí perdón por ahogarlo. Creo que ese día perdí mi inocencia. Creo que a partir de ahí comenzó mi peregrinación a ninguna parte; a partir de ahí comencé a sentirme subyugado y comencé mi búsqueda de la felicidad palpando todo lugar.
Donde que quieres que estés, Gregorio, hermano de mi alma, descansa en paz.
Recuerdo vívidamente la mañana en que nos despedimos y yo tomaba el colectivo rumbo a la ciudad. Nos bastó mirarnos para saber que estábamos invadidos de una profunda pena; que nuestros pechos estaban destrozados por el desapego, el desarraigo, la conciencia de la pérdida de nuestra infancia y adolescencia. No fueron necesarias las palabras, los ojos enrojecidos lo decían todo. Había un grito a punto de desbordarse y había un nudo que hacía de dique en nuestras gargantas.
Y la felicidad, ahora que lo pienso, no está en abandonar nuestras cosas, nuestros afectos y salir al mundo a cosechar dinero y darnos gustos y comodidades. Que al fin y al cabo la felicidad consiste en tener un amigo; una bolita que encierra a Dios y al universo; un radiograbadorcito Ultrasonix; una bicicleta vieja y un cassette de Los Reales del Valle.
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